El redactor de una revista deportiva entró hecho una furia en el despacho del director. Se plantó ante la mesa del jefe y fue tan conciso como tajante: “¡Eres un fascista!”, gritó. El director respondió con suavidad: “Gracias, pero por la vía del halago no vas a conseguir nada de mí”. El redactor quedó mudo.
La anécdota ilustra de forma indirecta un fenómeno contemporáneo. Que ciertos políticos se sientan reconfortados cada vez que les llaman fascistas no es nada extraordinario: revela por un lado de dónde vienen y dónde se sienten cómodos, y revela por otro que el término “fascismo” ha perdido, por mal uso, cualquier significado relevante. Ni siquiera yo me ofendería si me insultaran con esa palabra. En cambio, me sentaría mal que me llamaran...