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Por Juan Carlos Ramírez - opinion@elcolombiano.com.co

¡Que un mal chiste le cueste
la vida a alguien, no es gracioso!

La escuela es el lugar para la vida, por ende, le compete ser un espacio de conversación sobre las dudas que se presenten, así estas bordeen lo incómodo, triste e indignante.

25 de octubre de 2023
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Por Juan Carlos Ramírez - opinion@elcolombiano.com.co

“Está bajito de sal”, esta es una de las muchas expresiones que escuché en algunas instituciones educativas de la costa colombiana, a la hora de calificar a personas con orientaciones sexuales distintas a las heteronormativas: hombre – mujer.

Lejos de caer en la dicotomía de lo que está bien y lo que no en asuntos de género, quiero llamar la atención sobre el gesto mínimo, ese factor aparentemente “irrelevante o poco hiriente”, que sabe camuflarse muy bien porque no es estruendoso, pero que desde la palabra dulce y el humor puede terminar eliminado al otro en su plano político, despojándolo de su condición humana y ubicándolo en el estereotipo del que habla el psicólogo David Matsumoto, en el que a menudo la combinación con ficciones poco representa la realidad de quien es señalado.

Desde mi experiencia trabajando en la escuela pública colombiana, he evidenciado la lucha contra estas formas de violencia que se camuflan en el mal chiste y en las costumbres como dispositivos complejos que llevan a justificar lo injustificable. Por ejemplo, que unos cuerpos tengan mayor valor que otros y que existan espacios privilegiados en la escuela para los hombres y en menor proporción para las mujeres, tal cual se refleja en la cancha de fútbol o el patio de juegos.

Los manuales de convivencia en las instituciones educativas están llamados a contemplar estas situaciones que pueden favorecer formas de violencia, aparentemente sutiles, pero que, de manera repetitiva y sistemática, terminan disminuyendo al agredido e incluso llevándolo al borde de atentar contra su integridad física. La Ley 1620 del 2013 de Convivencia Escolar, es clara al establecer protocolos frente a situaciones de conflicto, agresión e intimidación, tipo I, II y III. No obstante, que se conozca la norma no garantiza que se aplique. Será necesario como lo propuso alguna vez el maestro Antanas Mockus, conocer la norma, entender la norma, socializar la norma y luego sí, aplicarla como un asunto ético que supere las voluntades.

Las y los docentes estamos llamados a incomodarnos y no menos importante, a ser responsables ante estas situaciones y frente a las ideas que nos habitan, esos absolutos que nos ponen en el plano de las posiciones y no de los intereses, de quienes no conversan con nuestras verdades que generalmente son morales y no éticas. Lejos de ser un asunto de género, es un asunto de humanidad reconocernos en las intersecciones de una escuela universal, laica y hospitalaria.

La escuela es el lugar para la vida, por ende, le compete ser un espacio de conversación sobre las dudas que se presenten, así estas bordeen lo incómodo, triste e indignante. ¡Que un mal chiste le cueste la vida a alguien, no es gracioso!

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Por Juan Carlos Ramírez - opinion@elcolombiano.com.co

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