En este remolino electoral, en el que aparentemente prevalece lo correcto políticamente hablando, en el que carecer de ideología o partido para venderse como impoluto parece ser la norma, en el que cada candidato busca evitar la polarización y convocar al pluralismo para no generar confrontaciones, hay señales que se emplean para ocultar la oveja negra que subyace bajo la blanca lana.
Una de ellas es mercadearse como candidatos al centro de todo, así se venden como seres neutrales, también lo es el promocionarse como individuos técnicos por encima de la de idea de seres políticos. Otra, más banal, es la camisa blanca o azul clara y los bluyines que son el uniforme que estandariza, homogeniza e identifica a los candidatos que se disputan la alcaldía de la ciudad, así han asistido a los debates, cuando deciden mejorar su apariencia o “engalanarse”, añaden a ese atuendo un blazer, obviamente sin corbata, así se vistió para su campaña “diferente” y gobernó hace ya años Sergio Fajardo, parece que los tiempos no han cambiado y parece que los asesores brillan por su ausencia, la uniformidad y la falta de una identidad reconocible son la norma, y no solo en el vestuario, la actitud y las respuestas parecen calcadas unas de otras, los programas difieren en algunos puntos, pero en el relacionamiento con el electorado a través de los debates, el lugar común y la respuesta de cajón abundan, el sopor que estos producen llevó hace poco a un amigo a afirmar, que “quizás sean muchos candidatos, pero con los qué hay, no se arma un concejal”. Qué bueno sería que alguno de ellos corriese riesgos, no repitiese tantas de las fórmulas y programas que se plantearon para la ciudad hace años y decidiese arriesgarse creativamente en el diseño de propuestas realmente innovadoras que permitan construir una Medellín más tolerante, empática, incluyente, sostenible y consciente. En este remolino, los candidatos con amplia experiencia en lo público no supieron usar su conocimiento para confrontar la ignorancia de algunos, las herramientas y los argumentos estaban ahí, pero el lugar común, la mediocridad y la asepsia discursiva, seguramente le permitirán salir triunfadora a la más anodina de las propuestas, los buenos, como casi siempre, hicieron agua y resultaron víctimas del remolino.
Soy de la idea de que hay que salir a votar, pero prefiero votar en blanco que traicionar mi ética y mis convicciones, no me asustan ni asombran las cadenas de Whatsapp que gratuitamente descalifican candidatos, las noticias falsas o el fantasma del castrochavismo, esta semana leí que uno de los mayores donantes de la campaña de Claudia López en Bogotá es la Fundación Bancolombia, ¿castrochavista?... no creo; no voto ni berraco, ni por miedo, mi voto solo lo deposito por quien creo, pienso que ese concepto de que uno bota el voto cuando lo hace a conciencia ha hecho un profundo daño a este país y a su imperfecta democracia. Salir a votar por el menos malo, me asusta, prefiero que mi voto vaya al candidato cuyas propuestas me satisfacen, aunque no sea el ganador, aunque no sea el favorito, aunque no sea el señalado por quienes se sienten ungidos. Creo que votar es una forma de enfrentarse al remolino, para superarlo.