Somos lo que conversamos, dice un amigo, uno podría añadir muchas palabras más a ese enunciado, uno podría decir por ejemplo que también somos lo que comemos, pues la boca es la puerta del alma, somos también la posibilidad de ser mejores, o lo que dejamos de hacer, sin embargo también somos lo que tememos, somos el reflejo de lo que odiamos, es verdad, somos todo eso y mucho más. Somos sobre todo esa sombra que a pesar de ella misma lucha con su luz, somos esa terrible posibilidad de desfallecer en el intento, somos la idea absurda de perderlo todo, o la de reinventarnos para enfrentar la vida, también la de saltar al vacío, o la de caminar en círculos queriendo encontrar la solución, somos el eco triste de la melancolía, y también somos el retazo de una colcha tejida con el hilo de los sueños.
Así me visualizo e imagino cuando me detengo a pensar en mí o en tantos otros, me cuesta entenderlo todo, me activan el asombro y la curiosidad que desatan la lectura, la observación y los diálogos, fueron tantos los que presencié y las ideas que estimularon mis sentidos que por momentos creí desfallecer, en los últimos días asistí en Jericó y Medellín al festival de las ideas, algunas de ellas lugar común y repetición de cantinela, otras placer puro, cada una aviva la curiosidad y posibilita multiplicar los sueños, si escribir es viajar, conversar es echar raíces y explorar los mundos a través de las palabras, en un entorno en el que la velocidad nos impide conectarnos con el otro, la pausa que plantea el diálogo, se agradece como si fuese regalo de los dioses.
El pensador alemán Hartmut Rosa afirmaba en una entrevista para el diario El País que “todo va tan rápido que perdemos el contacto con la vida”, yo añadiría que sobre todo lo perdemos con la gente, que es la vida misma, él habla de la importancia de las relaciones que resuenan, y añade que estas suceden cuando se dan cuatro elementos, el primero es que el sujeto se sienta tocado o conmovido por el otro, a eso lo llama afecto. El segundo es la emoción, que es moverse hacia afuera, abrirse a las ideas, las personas, los lugares. El tercero es la transformación: cuando establezco la conexión, cambio yo y cambia aquello con lo que estoy en contacto, finalmente el cuarto es la indisponibilidad, pues es imposible garantizar la resonancia, a veces esta sucede y otras no.
Resonar es estar y sentirse vivo, es pausar la vida, agradezco los hermosos descubrimientos de la última semana, voces y pensamientos que son joyas, reflexiones como las de Luis Jorge Garay sobre la minería o la de nuestro premio Nacional de poesía 2019, Rómulo Bustos Aguirre, sobre ser Caribe, estimulan el asombro. Bustos es un ser humano con una voz inmensa de la que la editora Pilar Gutiérrez extrajo los más bellos pensamientos poéticos, de él quedan en mí poemas como este que descubrí después, Tortuga, Sobre su caparazón inútil / dibuja su ajedrez el tiempo / como un niño / que traza inocente su rayuela.