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La mejor cama del mundo

Cuando ella les falte van a pasar el resto de sus vidas añorándola, van a echar de menos que les cure los dolores del cuerpo, el alma y el corazón, que les diga que todo va a estar bien y así lo parezca sólo porque lo dice ella.

12 de mayo de 2024
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  • La mejor cama del mundo
  • La mejor cama del mundo

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

La pieza de los dolores era de nadie y era de todos. Siempre estaba disponible para quien llegara a donde la abuela y estuviera enfermo. Era un lugar silencioso y muy recogido, como un refugio cálido, una especie de vientre en donde te sentías a salvo. La única ventana daba a un carbonero inmenso cuyas ramas vivían repletas de pájaros. Tenía una cama pequeña a la cual llamábamos el nido y una silla en donde la abuela se sentaba a vigilar al enfermo de turno. En esa pieza pasé fiebres, ataques de asma, dolores de cabeza y de estómago producidos, principalmente, por culpa de la abuela misma que era una gran repostera. Yo era el tipo de ayudante que robaba panes del horno y, al menor descuido, me comía la masa cruda de las tortas. Los usuarios de la pieza de los dolores decretamos que el lugar tenía poderes curativos porque todos, sin excepción, salíamos aliviados.

Recordé lo anterior hace poco que estuve muy enferma, sin embargo, me negaba a ir a urgencias, yo sólo quería ir a la casa de la mamá y acostarme a su lado. El domingo más crítico lo pasé metida en su cama. En el transcurso de la tarde se sumaron dos de mis hermanos y una tía. Los perros, como guardianes, se acomodaron a ambos lados de la cama. Al final la mamá nos acompañó en su rinconcito de siempre. Es curioso pero, desde que enviudó, la cama se volvió demasiado grande y, aun así, ella ha ocupado un espacio mínimo. Me gusta pensar que es para que quepamos todos los que necesitemos curarnos. Leí hace poco que cuando uno se acuesta junto a la mamá es porque le duele el alma. Doy fe de ello. Dormimos juntas desde cuando yo tenía once años y mataron al papá hasta cuando cumplí quince y me echó de su cama porque, según ella, ya era casi una adulta. Como si al cobijo de una madre uno pudiera sentirse alguna vez lo suficientemente listo para enfrentar la vida. Mis hermanos y yo solemos decir que la cama de la mamá es la mejor del mundo, yo estoy segura de eso, pero no por la cama en sí, sino porque le pertenece a ella.

Si tienen a la mamá o a la abuela vivas y aún hay espacio para ustedes en su cama siéntanse privilegiados. Uno nunca es demasiado adulto para ocupar la cama de la mamá y la mamá nunca es demasiado eterna para no desocuparla. Cuando ella les falte van a pasar el resto de sus vidas añorándola, van a echar de menos que les cure los dolores del cuerpo, el alma y el corazón, que les diga que todo va a estar bien y así lo parezca sólo porque lo dice ella. Una cama puede seguir existiendo por siglos, pero sin la mamá o la abuela no tiene absolutamente ninguna gracia. Que alguien, por favor, les prohíba morirse.

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