Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
Crees necesitar algo y apenas lo obtienes, te das cuenta de que ese algo necesita otro algo con qué complementarse. Y no has terminado de complementarlo cuando sientes que el complemento necesita otro complemento.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Con seguridad te ha pasado. Crees necesitar algo y apenas lo obtienes, te das cuenta de que ese algo necesita otro algo con qué complementarse. Y no has terminado de complementarlo cuando sientes que el complemento necesita otro complemento. Por supuesto, el complemento del complemento necesitará otro que siempre necesitará otro más. Y así sucesivas veces. Sólo tú puedes detener la cadena, pero no lo haces porque hay tanta satisfacción en desear algo como en obtenerlo y no quieres dejar de satisfacerte. Miras hacia atrás y te das cuenta de que la cadena está tan larga que ya no recuerdas cómo es vivir por fuera de ella.
Hace poco releí una novela de Michael Ende sobre una niña huérfana llamada Momo. Un día un hombre le regala una muñeca que habla. «Soy la muñeca perfecta», dice. «Te pertenezco», dice. «Quiero tener más cosas», dice. Momo intenta sacarle otro diálogo, le cambia las preguntas, le propone juegos, pero la muñeca no para de decir lo mismo. «Soy la muñeca perfecta». «Te pertenezco». «Quiero tener más cosas». De esa manera, la niña tiene una sensación que no ha tenido nunca, la sensación nueva es el aburrimiento. Comprende que es imposible entenderse con aquel que no sabe escuchar. El hombre, al verla aburrida, le da accesorios para la muñeca y luego le regala otra muñeca y le dice que es la compañera de la primera que le regaló y que para ella también hay interminables accesorios y que si se aburre tiene otras muñecas que son amigas de las primeras y que siempre están deseando cosas que ella podría suministrarles. La niña sospecha que hay algo monstruoso en aceptarla: desea la muñeca, pero no desea que la muñeca desee, tan sólo quiere jugar tranquilamente con ella. Nada más.
Estoy convencida de que cada quien crea sus propios monstruos. Yo tengo unos cuantos conmigo a los que todavía alimento con el mismo juicio con el que alimento a mis perros. Cuando la única meta es la acumulación, puede ser que no tengas metas sino monstruos hambrientos. Podrías ser esclavo de tu propia creación y no haberte enterado. Tal vez hayas leído suficientes cuentos para saber que los monstruos están dispuestos a devorar lo que se les atraviese. He aquí la paradoja: te pertenecen porque tú los creaste, pero, al no poder apartarte, terminas tú perteneciéndoles a ellos.
Cada tanto recuerdo a Momo para que no se me olvide que no debo bajar la guardia; que hay muñecas por todas partes que ocultan, tras una fachada inofensiva, el primer eslabón de una cadena infinita. Me digo que no necesito nada: no quiero tener más cosas, no quiero seguir alimentando a ningún monstruo. Hace frío y enciendo la chimenea, hay algo hipnótico en la contemplación del fuego, es entonces cuando entiendo la trampa: si quiero más fuego tengo que arrojarle más madera, pero esta nunca es suficiente. No quiero ser el fuego, no quiero ser la madera, tan sólo quiero ser la que se sienta tranquilamente en el sofá a observar cómo se extinguen las llamas.