Por Alberto Velásquez M.
Desde antier se levantó el telón para comenzar a mirar en el escenario y entrar a reconstruir sobre las ruinas que ha dejado la pandemia. Finalizó el aislamiento obligatorio. Se comenzó a desbaratar el dilema de salud o economía. Ambos conceptos pueden y deben coexistir, armonizarse con regulaciones y responsabilidades entre Estado y ciudadano.
Los estragos que ha causado el virus son invaluables. Por eso se alzó el telón para que con responsabilidad y respetando toda clase de protocolos de salud, el país puede ir gradualmente normalizando su economía, llena de quiebras, de infectados y de muertes. En los ciudadanos está la mayor carga para demostrar que con la subida del telón, perdure la función y no tenga que volver a caer para ocultar el drama.
La pandemia no se ha ido. Ni se ha llegado al pico de que hablan los epidemiólogos e infectólogos. Sigue tan campante en su cosecha. Y tardará mucho tiempo en ausentarse en la medida en que no aparezca la vacuna y los ciudadanos se desborden en las calles desordenadamente, violando aquellos cuidados sanitarios que impiden infectarse e infectar. Si las cuarentenas cumplieron su ciclo para conservar la vida, con alto costo en el aparato productivo, distributivo y consumidor, ahora la lucha contra la muerte correrá por cuenta del ciudadano. Si este se desboca en irresponsabilidades e insensateces, volveríamos al confinamiento, lo que conduciría a la ruina económica, social y sicológica.
No fue fácil en esta cuarentena asimilar el silencio, las lejanías. Y menos la prolongada soledad. Ni siquiera aquella “soledad sonora”, que tan bellamente desarrollara Antonio Gala, el prosista lírico de la Córdoba andaluza. El vecindario con la muerte ha sido un pensamiento agotador, así sepamos que ésta es lo único seguro de la vida. Y que “el hombre pasa como las naves, como las nubes, como las sombras... que todo acaba, que todo muere, que todo es vano...”. Ya por lo menos disfrutando de una relativa libertad, podemos soslayarla mientras llega su inevitable visita.
La organización hospitalaria, en los meses de cuarentena se preparó para afrontar el choque pandémico. No así la economía. Esta naufraga llevándose empresas y empleo. No podían apretar más las cuarentenas porque así las muertes no correrían sólo por cuenta exclusiva de la pandemia sino por el hambre y por una violencia que podría agudizarse dado el desespero de los que no encuentran en la mesa de sus hijos el alimento para sobrevivir. La delincuencia mataría más que el virus.
El gobierno nacional ha manejado bien el desafío pandémico. Comprendió que con un sistema de salud fortalecido, seguir prolongando cuarentenas como estrategia permanente y heroica, no garantizaba que el virus se fuera y sí protocolizaba el hundimiento de una economía tan frágil como la colombiana. En buena hora entendió que con la terapia del encierro prolongado, el país podía quedar “como el paciente de obesidad que tuvo un tratamiento tan exitoso, que al final quedó pesando 50 kilos... con ataúd y todo”.