Por alberto velásquez m.
Acertado que Colombia haya firmado la alianza con países latinoamericanos –con excepción de Venezuela– para preservar la selva tropical de la Amazonia, y así protegerla de la depredación del hombre que la deforesta esencialmente para sembrar coca, ese gran combustible para generar violencia y nutrir los carteles del crimen.
Pero el Gobierno colombiano debe ir más allá de esta alianza. Si por negligencia y cobardía de anteriores gobiernos, Colombia ha perdido muchos kilómetros de fronteras marítimas y terrestres, hoy más que nunca –dado el peligro que pesa sobre Colombia, con un vecino jugando a la guerra y auspiciando el refugio de la subversión– se impone la urgente necesidad de aplicar una política eficaz de fronteras. La mayoría están permeadas por la coca, la deforestación, los grupos delincuenciales.
Con Juan Sebastián Betancur, exembajador de Colombia en Italia, charlábamos sobre estos temas. De él escuchábamos interesantes ideas, para consagrar acciones efectivas en el mantenimiento de la integridad nacional. Puntos de vista que son válidos y urgentes de ponerlos en ejecución, con el imperio del orden, la justicia, la inversión social, la cooperación de los países vecinos democráticos.
La necesidad de que Colombia tenga una verdadera política de desarrollo de las fronteras, es urgente. De no ser así, insistía Betancur, es casi imposible poder desarrollar una verdadera estrategia de convivencia o paz dentro del territorio colombiano. El desarrollo rural y urbano –sin el cual es imposible construir país– hay que enmarcarlo dentro del concepto del cómo ocupar eficazmente el territorio.
En el mundo rural coexisten sus pobladores, con su cultura e idiosincrasia, y luego la fauna y la flora. Asimismo la minería con la riqueza hídrica. Cuando el hombre –nos decía Betancur– llega para acelerar el desarrollo, puede mejorar o destruir el equilibrio. Si no hay una claridad en ese manejo, crecen como maleza la criminalidad y el desorden. La fuerza pública, la presencia de las instituciones, son parte sustancial y complementaria de la política de progreso de los conglomerados fronterizos. Abandonarlos a su suerte, es dejarlos a merced de la subversión.
Nuestra frontera con Venezuela es hoy de vital importancia estratégica. Sabemos que los exguerrilleros desertores del controvertido proceso de paz, convertidos ya en organizaciones delincuenciales, aprovechan la porosidad de esa frontera para sus movilizaciones y perversidades. Y al sur, hemos visto que tanto Bolivia como Brasil han estado permitiendo la deforestación para generar cultivos lícitos e ilícitos a costa de su bosque tropical.
En los límites con Ecuador se observa un contraste. En ese país, asegura Betancur, no hay cultivos significativos de coca. Estos aparecen cuando se cruza nuestra frontera. Y en la costa Pacífica, desde Nariño hasta el Chocó, hay un panorama desolador diseñado por grupos violentos que se han puesto de ruana estos territorios.
La costa Caribe desde el Urabá hasta la Guajira tiene un desarrollo desigual. Grandes ciudades y puertos, paralelos con inmensas zonas de penetración de contrabando, armas y droga, que nutren los diversos movimientos facinerosos.
Confiamos que el actual Gobierno impulse una política de fronteras. Sin ella, difícilmente tendremos Nación. Y seguiremos repitiendo aquello de que tenemos más territorio que país. Territorio que violan vecinos contumaces para poner en jaque la seguridad nacional.