Hace poco mi hermano mayor publicaba un comentario en Facebook que iba más o menos así: un periodista brasileño contaba que una de sus estrategias para reportear en zonas hostiles, como el Medio Oriente, era enfundarse la camiseta de fútbol de su país y salir a la calle. Era un método infalible para establecer contacto con los locales. Esa camiseta derrotaba barreras, superaba obstáculos, arrancaba sonrisas, tendía puentes e invitaba a una conversación amable. Lograba conexión a través de la universal camaradería que genera el deporte.
Mi hermano experimentó algo parecido en Londres donde vive hace casi dos décadas. Fue con la camiseta de la selección a trabajar y un vigilante inglés, que había visto antes pero con el que no había cruzado palabra,...