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Descubría unos ministros improvisadores, encartados con sus funciones, enredados en sus descabelladas propuestas de cambio.
Por Alberto Velásquez Martínez - redaccion@elcolombiano.com.co
No sólo los artistas se sienten defraudados por Petro. Ahora entra en la tragedia de los desencantados el polémico exministro de Hacienda Rudolf Hommes. Controvierte las reformas sociales, laborales, la política de hidrocarburos del presidente. Dice que “me parece una estupidez parar la exploración y contratación petrolera”. Y sostiene con inocultable decepción: “Me preocupa el personaje”. Se matricula así en el club de los arrepentidos que no solo votaron por Petro sino que promovieron su candidatura cuando fue evidente la falta de un opositor serio y preparado, que no pudo escoger el anarquizado establecimiento político nacional.
Seguramente pasan por similar situación de frustración, dada la terquedad de Petro de negar evidentes realidades económicas, el grupo de Análisis del Mercado Laboral del Banco de la República, el Comité Autónomo de la Regla Fiscal, los centros de pensamiento como Fedesarrollo y Anif. ¿Tendrá razón el filósofo español Fernando Savater, al sostener sobre el presidente colombiano, que “no podía haber alguien más provocativamente ignorante”?
Nos recuerda este selecto club de arrepentidos, a un buen amigo que en vísperas de las elecciones presidenciales del año pasado, trataba de convencernos de que con Petro nacería una nueva Colombia que rompería amarras con el viejo país asentado en marrullas para hacer política. Aseguraba que la historia, al hacer su juicio, llegaría a un balance positivo que reconocería el antes y el después de Petro.
Transcurridos diez meses de gobierno, volvimos a encontrar al contertulio. Lo notamos cabizbajo, compungido, debido a que sus ilusiones de cambio para sustituir la arcaica política tradicional se malograban. Encontraba un Petro ya no tan fascinante en sus propuestas innovadoras, sino un cuentero, desesperado porque sus proyectos bandera, con los cuales sedujo a las clases populares, tropezaban ante las realidades del país.
El tertuliante veía con inocultable decepción a un Petro que incurre en los mismos vicios que antes combatía. Miraba con impotencia cómo se reciclaba la fórmula de la mermelada para halagar congresistas que amenazaban salirse del corral. Se enardecía con las estratagemas de compra de votos parlamentarios al menudeo – a través de auxilios o contratos – porque “eso pertenecía a la antigua política de manzanillos”. Impotente, atestiguaba la reaparición del clientelismo de los viejos caciques. Consideraba que Petro, en su desespero al ver sus naves insignias a la deriva, revivía la perversa política del lentejismo, el mismo que condenaba cuando ponía sus sueños en la silla presidencial.
Mientras más conversábamos, más desencantado se mostraba el interlocutor. Percibía a un Jefe de Estado desesperado, que podía entrar en crisis anímica con graves consecuencias para la misma estabilidad institucional. Descubría unos ministros improvisadores, encartados con sus funciones, enredados en sus descabelladas propuestas de cambio. Palpaba el atribulado contertulio, sus esperanzas y responsabilidades fallidas, en contravía de lo que prometió Petro en sus varias campañas electorales. E intuía el reverdecer del revanchismo social que podría llevar al país a una lucha de clases.
Como en el verso del maestro Guillermo Valencia, nuestro desengañado amigo – ¿con Hommes y su combo de la mano? – con la carga de pesadumbres, se nos alejó, “se marchó despacito... a la vista de la muda, a la vista de la absorta caravana...”.