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La experiencia internacional revela que pocos países en el mundo –en realidad, sólo los países nórdicos y las naciones del Golfo– pueden permitirse el lujo de ofrecer educación superior gratuita de alta calidad para todos.
Los datos de América Latina, la cual tiene el mayor grado de desigualdad del mundo, arrojan evidencias sobre el impacto relativo de diversas políticas de financiamiento. Brasil es el país más regresivo, teniendo una política de gratuidad en la educación superior. En Australia, Canadá y Nueva Zelanda, donde todos los estudiantes de bajos ingresos reciben generosas becas, subvenciones y/o préstamos vinculados a los ingresos, el acceso y el éxito en la educación superior tienden a ser más equitativos que en muchos países que ofrecen educación superior gratuita.
En términos de impacto fiscal, una educación superior gratuita para todos puede llegar a ser igualmente una política regresiva que resulte en subsidio cruzado de los más pobres a los más ricos, y una menor financiación para la educación superior en general, a expensas de la calidad.
La verdadera gratuidad no es ofrecer estudios gratuitos a las familias que pueden contribuir al costo de la educación de sus hijas e hijos, sino garantizar un costo neto cero para los estudiantes de bajos recursos