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No hubo debate. No puede haberlo con este presidente. Si Donald Trump no ha respetado nunca la regla de juego, cómo iba a respetar la noche que acordaron los dos equipos electorales. Trump destruye todo lo que toca y no iba a ser excepción el primer debate entre los candidatos a la presidencia, hasta el punto de que este martes muchos se preguntaban si valía la pena repetir todavía dos veces más un espectáculo tan penoso, que en nada contribuye a prestigiar a Estados Unidos y a su sistema democrático.
No hubo debate, pero sí hubo vencedor. La conclusión de la noche para muchos votantes es que el “soñoliento Joe” puede ser un buen presidente. Trump no consiguió sacar partido de las evidentes debilidades de Biden, especialmente de su edad, su tartamudeo y sus vacilaciones. Ni siquiera le sirvió el contraste entre su energía y su agresividad con la pasividad y la moderación de su contrincante.
El debate electoral es toda una institución política en Estados Unidos. Trump, especialista en destruir instituciones, este martes fue particularmente eficaz en su labor. Convertidos en penosos espectáculos de boxeo político, de estos lances no salen vencedores sino derrotados, y el que más la democracia. De esta derrota Trump quiere extraer su victoria.