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Las encuestas electorales en Estados Unidos coinciden en una cifra: solo el cinco por ciento de quienes manifiestan que van a votar o que muy probablemente van a hacerlo, dice que aun no ha definido por quién. El resto, ya saben cuál es el candidato que va en su papeleta. Aunque aquí las cifras ya sí difieren, pues no hay un candidato que marque una mayoría significativa en intención de voto.
Teniendo en cuenta que el índice de indecisos es tan bajo, los candidatos optaron el pasado martes en la noche, en el primer debate cara a cara de los tres que hay programados, irse por la vía de buscar ratificar sus apoyos, en vez de luchar por conseguir cambiar las opciones de los votantes o asegurarse la adhesión de los indecisos.
En particular, el presidente en ejercicio y candidato republicano a la reelección, Donald Trump, pareció ni siquiera preocuparse por generar simpatías entre sectores distintos a los que le muestran irrestricto apoyo. Para estos últimos, los que votarán por él “así dispare con un fusil sobre la Quinta Avenida”, como predicó jactancioso en 2016, dirigió toda su artillería y su agresiva estrategia en el debate.
Dijo acertadamente un analista de la política estadounidense que “muy malo es el partido cuando el mejor es el árbitro”. El desempeño del periodista Chris Wallace ha sido elogiado, con razón, por el extremadamente difícil y complejo papel que le correspondió jugar ante un presidente que más que argumentar, arrolla, y más que debatir, insulta e injuria.
Tampoco estuvo muy brillante el candidato demócrata Joseph Biden. Todas las falencias que muchos dirigentes demócratas han expresado sotto voce a la prensa norteamericana salieron a relucir. Ciertamente no es fácil mantener la compostura ante un hooligan político como Trump, pero Biden apareció ante las cámaras falto de agilidad, de reflejos y, lo peor, en algunos momentos perdió el hilo de lo que decía o confundió programas en un mismo minuto, como el caso del Green New Deal, que divide al propio partido demócrata. Como aspecto de lenguaje televisivo, sí miró a las cámaras y se dirigió directamente a la audiencia y a los potenciales votantes, cosa que Trump no hizo, aunque no puede decirse que el demócrata haya sido todo lo convincente que se necesita para despejar los nubarrones de su candidatura.
La campaña ha sido atípica por las restricciones impuestas por la pandemia del coronavirus. La fiesta electoral norteamericana ha estado aburrida, sin grandes concentraciones, aunque Trump se salte las restricciones continuamente y asista a más mítines, mientras Biden y su equipo han aparecido lo mínimo. De allí que del debate se esperaran muchas más cosas aunque los conocedores reconozcan que poca cosa más se podía obtener,
El próximo debate será el 15 de octubre en Miami, y allí serán personas del público las que pregunten. Es posible que formulen temas de política exterior, por completo ausente del de antenoche. La Comisión de Debates Presidenciales, organismo independiente organizador de estos eventos, ha anunciado por lo pronto que cambiará el formato para evitar que este carrusel de interrupciones constantes vuelva a repetirse. Nada de eso será fácil con Trump, que sabe perfectamente cuál es la fórmula que gusta a su electorado, y a ella se ceñirá. Tanto así que dirigentes demócratas mencionaron ayer la necesidad de reconsiderar si Biden debe prestarse a otra jornada así. Pero su declinación sería un cierre lánguido a una campaña ya de por sí gris.