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El cambio climático no tiene ideología; es ciencia. Este es el punto de partida para cualquier aproximación a los acontecimientos de esta semana. Aún hay voces que intentan negar el consenso científico, o que aceptándolo lo ignoran para favorecer intereses cortoplacistas asociados a la economía fósil. Aunque estrepitosas, esas voces son escasas. Los científicos ya llegaron a un consenso: la temperatura no puede elevarse más de 1,5 grados centígrados por encima de los promedios preindustriales sin poner en peligro la vida en el planeta. Si continuamos emitiendo gases de efecto invernadero a la atmósfera sin cambio alguno, elevaremos esa temperatura hasta 3,2 grados. Bajo el Acuerdo de París, casi todos los países del mundo han adquirido compromisos para reducir sus emisiones. Esos compromisos: resultarían en un calentamiento de 2,7 grados. Ante la gravedad de la amenaza, buscamos consuelo. Que si Malthus dijo cosas parecidas y se equivocó; que si la innovación y la empresa nos han sacado de tantos líos seguro también nos sacan de este. Pero lo cierto es que en 20 años las emisiones han continuado incrementando de manera descontrolada. No hay evidencia alguna de que la solución llegue sola. Los jóvenes tienen razón; Greta Thunberg tiene razón. ¿cómo vamos a atrevernos, después de más de veinte años de alertas, a quedar cortos? Absolutamente toda la evidencia nos dice que tenemos que responder a esta emergencia con toda la contundencia. Todo, absolutamente todo, está en juego.