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Hacen tanta falta las buenas comedias románticas —el subgénero cinematográfico más difícil que existe— que hasta un estudio que se precia de independiente y trasgresor como A24 prefiere engañar a la gente vendiendo Amores materialistas como una comedia romántica (lo que claramente no es) en lugar de promocionarla como la esperada segunda película de Celine Song. Porque quien haya visto la estupenda Vidas pasadas (y ahí está en Netflix para quien se anime ahora) reconocerá de inmediato cierta forma de presentar la historia, cierta actitud vital de sus personajes, entre el pesimismo y la ironía, y hasta algunas escenas específicas que tienen su reflejo en esta película, como aquella del comienzo de “Vidas pasadas” en que unos amigos que no vemos están mirando a los protagonistas en la barra de un bar, adivinando su historia, que aquí se convierte en la voz de dos de los protagonistas adivinando el futuro de un matrimonio que presencian.
Tal vez A24, a diferencia de Song, que también escribe el guion de Amores materialistas no se atrevió a decirle la verdad a una sociedad que ha convertido el rito del matrimonio en una fantasía desaforada, que incluye escenarios “instagrameables”, lujos innecesarios y fiestas hasta el amanecer (pareciera que la gente se casa sólo como excusa para planear la rumba de su vida) para no perder potenciales espectadores. Porque eso es lo que hace esta película desde el primer minuto: desmontar la idea de que nos casamos por amor y a través de los diálogos que tiene Lucy en su labor de casamentera, tirarnos a la cara unas cuantas verdades: que a la gran mayoría le importa saber cuánto gana al año su pareja, o que la edad y la altura del otro nos afectan más de lo que estamos dispuestos a confesar. Que incluso salimos con algunos no tanto porque los deseemos sino porque hacen que nuestros parientes nos envidien.
Como Song está escribiendo un ensayo más que contando una historia, sus personajes son más arquetipos parlantes que otra cosa. Chris Evans y Pedro Pascal consiguen insuflarle vida tanto a ese novio del pasado que no logra levantar cabeza como al pretendiente del presente que es un unicornio en el argot de Lucy: un hombre bien plantado, millonario, inteligente y romántico, que al existir les jode la vida a millones de mujeres que no se contentan con menos. Dakota Johnson, en cambio, luce incómoda con sus diálogos y a veces recita las palabras en lugar de actuarlas. Paradójicamente actúa mejor en las escenas menos románticas de la película, cuando la vida de una de sus clientas estalla, una subtrama que se siente un poco fuera de tono, pero que es necesaria para que Lucy tome una decisión.
Al ser una película brutalmente honesta la mejor escena de Amores materialistas no es la de la petición de matrimonio sino la de una confesión que nos desarma y que muestra las grandes virtudes de Song como autora: preferir el amor posible que el ideal; apreciar a los caballos sobre los unicornios; entender cuánto valor hay en nuestras cicatrices.