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El estado de las cosas: Del cielo al infierno, de Spike Lee

15 de septiembre de 2025
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La cámara sube. Vemos el cielo de Nueva York, luminoso y azulísimo al punto de dudar de su autenticidad. Un letrero brillante nos da la bienvenida a esta ciudad que Spike Lee ha caminado y disfrutado como pocos. Cerquita del letrero, en un penthouse que parece la torre de un castillo, vemos al personaje principal de esta película, un rey en su apellido y en su negocio: David King, productor musical que quiere recomprar unas acciones que vendió hace años, para volver a tener el control de su empresa. Es Denzel Washington, divirtiéndose en uno de esos papeles que tanto le gusta: el hombre pagado de sí mismo, que cree tener el control de todo.

La cámara baja. Ahora recorremos las calles, también soleadas, con King en el asiento de atrás y su amigo y expresidiario, Paul, quien le debe la oportunidad para su redención, haciendo de chófer y conversando sobre los hijos de ambos, amigos que estudian y practican baloncesto juntos. Como en el resto de Del cielo al infierno, estrenada en AppleTV, suena música (ya sean canciones o la partitura de Howard Drossin) que no siempre parece “encajar” con las imágenes, sino que más bien refuerzan las emociones de los personajes o subrayan, a veces sin necesidad, el propósito narrativo de la secuencia. No hay campo para sutilezas. Spike Lee tiene ganas de conversar. La ventaja: al ser un verdadero autor y artista, tiene opiniones interesantes sobre muchos temas. La desventaja: tal vez por la edad, en general el hombre habla a los gritos.

Ese volumen en su manera de decir las cosas funciona muy bien cuando la película se agranda hasta rozar lo épico, a partir del secuestro del hijo del protagonista y la posterior exigencia por parte del secuestrador de un botín que representa el dinero con el que King iba a recomprar sus acciones. Ahí la cinta alcanza un tono operístico, que desembocará en una secuencia frenética en medio de un desfile callejero amenizado por la presencia y la música grandiosa de Eddie Palmieri y su orquesta. Pero se extraña algo más de susurro y calma para exponer los conflictos familiares o para desarrollar mejor a los personajes secundarios (la esposa de King, que interpreta Ilfenesh Hadera, es el más desperdiciado).

Sin embargo, la diatriba de Lee dentro del guion de Alan Fox, que toma y adapta el planteamiento general de El infierno del odio, de Akira Kurosawa y la idea original de la novela de Evan Hunter, lo permea todo, dándole vida a lo que, de otra manera, sería un thriller muy convencional. Hay quejas sobre los jóvenes metidos en los celulares, recordatorios de la importancia del aporte afro a la alta cultura estadounidense, con apariciones del arte de Basquiat o de un retrato de Toni Morrison; menciones permanentes al deporte, a la música, y denuncias sobre el hecho innegable de que hoy todo se limita a cuánta atención mediática consigues, más que al talento. Lee es capaz de dar todo ese discurso y resolver lo del secuestro sin pestañear. Porque la alta cultura y la cultura popular son muchas veces, como en el cine de Spike Lee, la misma vaina.

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