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diego agudelo gómez
Crítico de series
Pocas historias tan emocionantes como las de los piratas. Había perdido un poco el encanto por estas sagas oceánicas gracias al modo rancio en que las películas de Piratas del Caribe terminaron por deformar una historia tan profusa en sucesos extraordinarios, pero la serie de Netflix El reino perdido de los piratas avivó de nuevo un interés que atesoro desde la adolescencia, cuando leí La isla del tesoro y Veinte mil leguas de viaje submarino.
Netflix está sacando muchos réditos a un formato documental que mezcla las entrevistas a expertos, una acogedora narración en off y escenas dramatizadas que van llevando al espectador por el hilo de distintas tramas. En El reino perdido de los piratas nos sumergimos a fondo en esos años del siglo XVIII en los que Nassau se convirtió en república pirata, refugio blindado de estos lobos de mar que recorrían el Caribe saqueando buques mercantes y barcos negreros y cualquier nave que les prometiera tesoros invaluables.
Los capitanes aguerridos, algunos astutos, otros despiadados, todos con la virtud de cabalgar sobre las aguas como salvajes tritones son el núcleo de esta trama múltiple que va narrando el ascenso de personajes cuyo nombre todavía provoca escalofríos cuando se menciona. Como el mítico Barba Negra, que saltaba a los barcos con cuerdas chispeantes que encendía con azufre. En su mente desquiciada echaba raíces la idea de que para vencer a la muerte había que convertirse en el mismo diablo. O la bella y triste historia de Sam Bellamy, marino que migró a la piratería con el propósito de hacerse rico para poder casarse. En menos de un año se convirtió en una leyenda. Se hizo a una flota de por lo menos tres barcos y tenía la sagacidad de doblegar buques que parecían fortalezas. Una de sus estrategias más audaces consistía en desnudarse con toda su tripulación, ataviarse con cuanta arma tuvieran a la mano y gritar como posesos. El miedo que esto sembraba en sus víctimas le permitía vencer sin haber disparado una sola bala.
Más allá del compendio de anécdotas y las bien orquestadas escenas de asaltos y batallas, esta serie hace énfasis sobre el inusual código que regía la conducta de estos hombres y mujeres. En los barcos, por ejemplo, cada marino tenía voz y voto. Un capitán podía dejar de serlo si no demostraba ser digno de la confianza de sus hombres; y en tierra, en esa Nassau utópica que le daba refugio a tantos fugitivos, intentaron vivir al abrigo de una democracia que los hacía sentir hombres libres, a salvo de la sombra de cualquier imperio.