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Diego Agudelo Gómez
Crítico de series
La nueva miniserie de Netflix despierta una honda nostalgia cinéfila por esa época dorada de Hollywood, cuando cualquiera podía llegar a Los Ángeles y convertirse en la estrella más luminosa de la pantalla. Los años del cine de estudios, romantizados y sobrepoblados de rubias platino y galanes esculpidos por los griegos están recreados con sumo candor en esta producción que pretende quizás indagar sobre lo que hubiera pasado en la industria del cine, incluso en la sociedad norteamericana, si la suerte le hubiera sonreído más temprano que tarde a los marginados, los rechazados, los que son discriminados por su género o color de piel.
En Hollywood (título de la miniserie) desfilan una serie de personajes encadenados por una trama que inicia como aventura rocambolesca: un joven apuesto de provincia quiere ser un actor famoso pero ante la imposibilidad empieza a trabajar ofreciendo servicios sexuales en una gasolinera. En su periplo de héroe, Jack Castello se encuentra con otros que pretenden alcanzar la misma cima, la cual está representada en los créditos iniciales por ese letrero gigantesco, situado sobre el Monte Lee, que en los años de posguerra todavía rezaba Hollywoodland. De este modo, Castello entabla amistad con Archie Coleman, un guionista que pretende vender su trabajo a los estudios, conociendo de antemano que su empresa puede verse entorpecida por el hecho de ser negro y homosexual. También integran esta pléyade de soñadores Rock Hudson, víctima del abuso sexual de su representante -un Jim Parsons que ejecuta su papel con tanta vileza que tal vez le alcance para desprenderse aunque sea un poco de la pátina que le dejó Sheldon Cooper-, o Camille Washington, una negra de belleza paralizante que intenta figurar en las películas en roles distintos a los de esclava o sirvienta.
En los siete episodios de la temporada se muestra la ilusión que las películas hacen brotar en los jóvenes: ansia de aventura, avidez por contar buenas historias, también hambre de fama. Se revela la podredumbre que lubricaba los pistones de la industria: la discriminación impune y rampante auspiciada por magnates blancos incapaces de llevarle la contraria al maléfico código Hays, que imponía un yugo de censura y corrección política a las producciones Hollywoodenses. Además, no se deja de señalar la atmósfera de acoso sexual entre cuyos miasmas las jóvenes y bellas promesas del cine tenían que abrirse paso.
Hollywood da la impresión de ser una historia acertada históricamente. La aparición de personajes que existieron en la realidad le da un peso de veracidad a lo que se cuenta. Podemos ver una versión alcoholizada y delirante de Vivien Leigh, protagonista de Lo que el viento se llevó; muestran una fiesta en la casa de George Cukor; hay una versión de Hattie McDaniel, la primera mujer afroamericana en ganar un Oscar, que surge con un aire imperial para atizar el ánimo de rebelión de Camille Washington y, entre otros figurantes que interpretan a las leyendas de Hollywood, desfilan personajes de ficción encargados de conducir la historia hacia su final de cuento de hadas.
Nunca había disfrutado tanto una gala de los premios Oscar como la que se representa en la miniserie. No podía ser de otro modo. En esa premiación veremos si los protagonistas realmente hicieron sus sueños realidad, si la película que intentaron rodar contra viento y marea consigue librarse de quienes quieren destruirla, si el talento supera la moral inquisidora de los blancos de la Academia y si de algún modo hubiera sido posible escribir una historia distinta para el cine de Hollywood. Prepárense para lagrimear con el resultado en cada categoría. Hollywood, por otro lado, parece un manifiesto muy actual, cargado de dardos contra aquellos que todavía se hacen los de la vista gorda frente al aparato de abuso y segregación que, por lo menos en Estados Unidos, ensombrece al arte más bello.