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No podemos pasar por alto la relevancia que ha ganado el Congreso. Lejos de resignarse a ser un apéndice del Ejecutivo, la corporación ha reivindicado su lugar como contrapeso del poder presidencial.
El 2026 está cada vez más cerca y la ansiedad electoral ya da tajada: resulta cada vez más difícil acudir a un encuentro social en el que no se pregunte con inquietud sobre qué va a pasar en las elecciones del año entrante. No es para menos, se trata de una campaña presidencial crucial para el futuro del país.
En la mayoría de estas charlas se especula y se pregunta, sobre todo, por quién ocupará la Presidencia de Colombia. Sin embargo, lejos de los reflectores se cocina a ritmo acelerado otra cita a la que el país debería prestar mucha más atención: los comicios que renovarán el Congreso de la República, previstos para el 8 de marzo de 2026, es decir, apenas faltan siete meses.
No podemos pasar por alto la relevancia que ha ganado el Congreso en los últimos años. Lejos de resignarse a ser un apéndice del Ejecutivo, la corporación ha reivindicado su lugar como contrapeso del poder presidencial. Aunque el Gobierno conserva mayorías en la Cámara y ha sellado consensos en el Senado, como la primera reforma tributaria o la reforma pensional, el Congreso durante el periodo de Gustavo Petro ha sido clave para no otorgarle un cheque el blanco a los caprichos muchas veces autoritarios del presidente.
Esta dinámica debería mantenerse en el próximo periodo: el Congreso, con sus luces y sombras, encarna la diversidad de millones de colombianos y de todos los rincones del país que lo eligen; allí debería llegar la mayor cantidad posible de personas idóneas y preparadas, capaces de ejercer con eficacia su rol legislativo y de control político, y de servir de contrapeso a quien resulte elegido presidente.
En 2026, cuando Colombia encare una crisis fiscal severa, un sistema eléctrico al límite, un sistema de salud que este Gobierno ha destruido con sevicia, un gasto público desbordado y otros problemas que exigirán soluciones quirúrgicas, disponer de un brazo legislativo sólido y competente será vital.
En la izquierda, por ejemplo, todavía no han logrado resolver el problema jurídico del Pacto Histórico. No pueden volver a hacer la misma coalición porque los partidos que la integraron, al haber sido lista cerrada, sacaron más del 15% y por ende tienen prohibido ir en coalición.
Seguramente hallarán alguna salida. Pero el gran interrogante es cómo los van a tratar las urnas después de haber decepcionado de la manera como lo hicieron al país, cuántos votos podrán recoger. La idea inicial era hacer una consulta en octubre, y en marzo en una interpartidista se sumarían Roy Barreras, Daniel Quintero y Carlos Caicedo. Pero, las últimas noticias indican que Quintero se sumará de una vez desde octubre al “Pacto”. Por algo será.
En el centro político, por ejemplo, habrá que ver si las urnas castigan al Partido Verde por la corrupción en la que se vio envuelto un sector del mismo; los votos de la extinta Coalición Centro Esperanza, empañados por la presencia verde, podrían ser capturados por el Nuevo Liberalismo y su alianza con Dignidad y Compromiso. Todo dependerá, no obstante, de los nombres que postulen al Congreso, donde les sería útil que se incorporen varios de los actuales precandidatos presidenciales.
Por el lado del Partido Conservador, la U y el Partido Liberal —que, pese a declararse en independencia en los últimos meses, fungieron largo tiempo como partidos de gobierno—, muchos de sus congresistas, a contravía de la orientación de sus directores, siguen recibiendo impunemente la “mermelada” del Ejecutivo. Sería saludable que candidaturas de opinión compitieran con esos representantes que parecen militar, ante todo, en el “Partido del Presupuesto”, para ver si algún día esos rótulos partidistas logran reivindicarse.
Cambio Radical, con su postura de oposición desde los albores del mandato de Petro y la presencia mediática de Germán Vargas Lleras, tiene la oportunidad de desmarcarse de los clanes que lo capturaron en años recientes y capitalizar la coherencia de su posición frente al Gobierno.
Mientras que el Centro Democrático —víctima ya del recrudecimiento de la violencia política que mantiene a su senador más votado en una clínica con el país pendiente de su recuperación– es el que dispone de las mejores oportunidades para elevar el nivel del debate legislativo en 2026. Con listas que, todo indica, serán cerradas al Senado y en varias circunscripciones de Cámara, el Centro Democrático puede seguir consolidándose como uno de los pocos partidos colombianos con línea ideológica reconocible.
Ojalá más voces con trayectoria y reconocimiento en lo público logren ocupar las diversas orillas ideológicas que confluyen en el Congreso: antes que resignarse ante los problemas del Estado o persistir en una aspiración presidencial de escasas probabilidades.
Sería deseable que muchos de los congresistas hoy en campaña presidencial busquen más bien su reelección al Congreso y que otras figuras aún indecisas se animen a dar el salto. De lo contrario, quienes no dudarán en llenar esos vacíos serán los influencers de ocasión y los gamonales de siempre.