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La Amazonia, el pulmón de la tierra, la denominación con que se conoce la región, se extiende por una superficie de 5,5 millones de kilómetros cuadrados, está repartido entre nueve países y el 63 por ciento se encuentra en Brasil. No es solamente el bosque tropical más vasto, es además un santuario de la biodiversidad y tiene un papel esencial para la regulación del clima por su capacidad de absorción del dióxido de carbono.
Por esa razón, las imágenes de los incendios de la selva amazónica reproducidas en las primeras páginas y titulares de los principales medios de comunicación mundiales han provocado una desazón generalizada. El más importante bosque tropical de nuestro planeta está en grave peligro, no solamente por este incendio en particular, sino también por la deforestación acelerada que está sufriendo por el desarrollo de la agricultura y la ganadería en su frontera.
No hay que olvidar que los incendios en el Amazonas brasilero son un fenómeno estacional, que se presenta todos los meses de julio al finalizar las lluvias. Cada año, en ese mes, se llevan a cabo quemas sobre parcelas ya desbrozadas por el hombre, con el fin de mantener los pastizales y controlar los espacios cultivables en los cuales se transformaron los bosques.
Sin embargo, la explicación estacional no es suficiente para entender la magnitud de la contingencia. En efecto, hasta el 20 de agosto se habían detectado, según el Instituto Nacional de Investigaciones de Brasil, 74.155 incendios, un incremento del 84 % respecto al mismo período en 2018. La deforestación, por su parte, aumentó en 67 %.
Se están afectando regiones deshabitadas de la selva tropical en los estados nordestinos de Brasil, entre ellos Acre y Rondonia, y se estima que se han quemado 1,8 millones de hectáreas. El fuego prosigue su marcha incluso en áreas de protección ambiental, y sólo en esta semana se registraron 68 incendios en territorios indígenas y zonas de conservación.
El problema de fondo en esta ocasión es la total falta de voluntad que tiene el gobierno del presidente Bolsonaro para enfrentar la situación. Bolsonaro quiere explotar el Amazonas, una región que según él no está integrada a la economía brasilera, y para hacerlo está debilitando las instituciones ambientales tales como el Ibama (Instituto Brasilero del Medio Ambiente y los Recursos Naturales) y el Instituto Chico-Mendes.
Ante la presión internacional, expresada en el bloqueo de fondos de preservación y la negativa de ratificar el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Mercosur, el presidente de Brasil respondió con desdén, utilizando un eslogan muy desafiante, “la Amazonia es nuestra y no de ustedes”. Posteriormente, ante la evidencia innegable de la conflagración, acusó a las ONG de ser las responsables con el propósito de desestabilizar su gobierno.
Es claro que la crisis trasciende las fronteras de Brasil, las consecuencias sobre la disponibilidad de agua en el país mismo y sus vecinos no se harán esperar ante los posibles cambios en el régimen de lluvias y, en el mediano plazo, se exacerbarán los efectos del calentamiento global.
La indignación en las redes sociales está creciendo cada vez más, al tiempo con el tono del debate en Brasil y el resto del mundo. Se requiere más que eso, se necesitan medidas reales y urgentes, y la reunión del G7 que está convocando el presidente Macron de Francia puede ser un primer paso en la dirección de fortalecer la conservación de la Amazonia.