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“Nosotros también somos ciudadanos, también somos personas: sentimos, amamos y tenemos familias que nos esperan”.
Son palabras de la patrullera Astrid Carolina Salas, de la Policía Nacional, desde la clínica donde se recupera de las lesiones sufridas en el brutal y cobarde ataque por parte de un hombre encapuchado, el pasado 20 de julio en Medellín.
La agente Salas tiene 26 años, es de Sincelejo, y hace tres años pertenece a la Policía Nacional. En sus declaraciones expresa con emoción su orgullo de ser agente de la Policía y de portar el uniforme con honor y vocación de servicio. Actualmente hace parte de la fuerza disponible de la Policía Metropolitana que, en días de especial cuidado, como el 20 de julio, trabaja de forma conjunta con el Esmad.
La agresión sufrida por esta mujer valiente y de temple sereno pudo haberle causado lesiones gravísimas que incluso la pudieron haber dejado sin movilidad permanente. El ánimo del agresor, y del movimiento que les patrocina y celebra este tipo de acciones criminales, es causarles a los policías el máximo daño físico y anímico. El trasfondo de odio y brutalidad que albergan estos vándalos es resultado de una larga sucesión de adoctrinamiento de diversas fuentes, sean políticas (“la Policía es el enemigo a batir”) o de las células urbanas de guerrillas y bandas criminales.
En noviembre de 2019, en el curso de manifestaciones combinadas con acción vandálica, un agente de la Policía de Bogotá recibió una violenta pedrada cuyo golpe le hizo estallar el globo ocular izquierdo, cuya visión perdió. En el hospital, relató que “cuando me golpearon, celebraron como si su equipo de fútbol hubiera metido un gol”. Este año, también en la capital, 16 agentes fueron rodeados por una turba que quiso quemarlos dentro de un CAI. Una patrullera de la Policía en Cali sufrió agresiones sexuales. Y son incontables los y las agentes que han sufrido agresiones, golpes, lesiones, además de insultos, ofensas y humillaciones sin nombre. Un senador caracterizado por su zafiedad y resentimiento los llamó “cerdos, malditos policías” en un trino.
La institución policial enfrenta varias encrucijadas desde hace años. Se suceden los problemas, todos graves, internos y externos, que repercuten sobre los agentes que, sobre el terreno, desde las calles y desde los pueblos, asumen las más duras responsabilidades para cumplir sus propósitos: asegurar la protección de los ciudadanos, fomentar la convivencia, promover el orden, garantizar el ejercicio de los derechos.
Semanas atrás, desde este mismo espacio, hablábamos de la necesidad de pactos recíprocos entre la ciudadanía y la Policía: respeto mutuo, cumplimiento de la ley, reconocimiento de la humanidad y dignidad del otro, apego a las garantías constitucionales. Obviamente los vándalos y los ejecutores de planes criminales no tienen ni interés ni capacidad de asumir ningún pacto. Y mientras la justicia no cumpla con su parte, seguirán considerando que pueden hacer cualquier cosa.
¿Cómo proceder cuando el agresor encapuchado sea capturado, como todos esperamos que lo sea? Aplicar la ley: identificarlo plenamente y ofrecerle las vías que las normas otorgan de reconocimiento de responsabilidad y reparación a su víctima. Sin eludir las consecuencias penales de su artera acción, podría haber un mensaje de desagravio a la patrullera Salas y a todas las mujeres policías. Una exhortación al respeto personal e institucional. Corresponde al fuero íntimo de la mujer agredida si concede o no perdón a quien la pateó tan salvajemente. El encapuchado podría resarcir en algo el daño entregándose a la autoridad y reparando a quien, sin conocer, golpeó por la espalda de forma miserable