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Pasó solo un mes desde que el presidente Juan Manuel Santos anunciara que los generales Jorge Enrique Mora Rangel y Óscar Naranjo iban a cumplir labores pedagógicas y de sensibilización de las tropas en las guarniciones del país, hasta que ayer se produjo una rueda de prensa que pretendió poner fin a las críticas numerosas ante la ausencia de ambos oficiales de la mesa con las Farc en La Habana, en momentos cruciales del proceso de paz.
Los términos de la declaración del general Mora, por demás en tercera persona del singular, primero apuntaron a aclarar lo que el país sabía: “El general Jorge Enrique Mora Rangel hace parte del equipo de Gobierno por decisión del presidente, permanencia que a la fecha continúa plenamente y sin cambios”.
Aunque Santos se esmeró en insistir que el general seguía siendo plenipotenciario, lo que en realidad la opinión pública no aceptaba, a través de columnistas, analistas, opositores, y de los mismos asesores del general que enviaron una dura carta de renuncia, es que Mora sí lo fuera, pero no estuviera en la mesa de cuerpo presente, escuchando y deliberando sobre el avance y las discusiones de la negociación.
Muy claro estaba que una cosa era ostentar tal dignidad y otra no ejercerla en la práctica, mientras que a Mora y a Naranjo se les encargaban tareas de explicación de la conveniencia del acuerdo del fin del conflicto, en el país, que bien podían cumplir otros altos oficiales activos o en retiro. La gente de a pie nunca encontró lógico ese intempestivo cambio de roles de los dos oficiales, vinculados hace dos años de forma directa al equipo negociador del Gobierno en La Habana.
Una cosa era tener a un equipo de oficiales asesores en una subcomisión para “recomendar” pasos en busca del cese final de hostilidades, el de sarme y la desmovilización de las Farc, y otra muy distinta mantener en Cuba a dos altos oficiales (Mora y Naranjo), expertos en combate e inteligencia, con poder para formular y fijar pautas a los contenidos finales de los acuerdos en todos los puntos de la agenda.
Sobre todo porque son dos uniformados emblemáticos en tantas batallas a lo largo de la historia del conflicto armado con las Farc, con suficiente prestigio, legitimidad y credibilidad entre las tropas, pero también entre los estamentos políticos y sociales del país, aun los más escépticos frente a la negociación. Y hay una razón todavía más angular: ambos están convencidos de buscar la paz por medio del diálogo. Creen en una salida política a 50 años de guerra.
“En la historia -dijo Mora ayer- encontramos que ningún conflicto es eterno. Todos llegan a su fin y la inmensa mayoría lo hacen mediante un proceso de conversaciones”.
Pero, igual, se debe observar como positivo que el Gobierno haya leído las señales públicas de malestar, y que finalmente devolviera a Mora y a Naranjo a la primera línea de mando en La Habana. Así se cuenta con un equipo equilibrado en lo político y en lo militar. El balance necesario para defender los intereses supremos de nuestro modelo democrático y de derecho, y también clave para no cometer errores en el complejo terreno de decisiones que comprometen asuntos clave de defensa y seguridad nacional.
Vuelven los generales a la mesa, por supuesto para poner su inteligencia y firmeza al servicio del interés general de la paz, pero también para evitar pasos al vacío con una contraparte que de ingenua y desprevenida no tiene un pelo.