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Aquí y allá hacemos parte de una sociedad donde la superstición derrota a la razón y la lógica, la transparencia se desvanece y las decisiones nefastas de los líderes políticos se oscurecen detrás de una nube de tonterías y distracción.
Ni izquierdas ni derechas, una nueva corriente de pensamiento político, que fusiona misticismo, desinformación y carisma personal, está minando los principios de la democracia moderna en una estrategia deliberada por alcanzar el poder. Desde Estados Unidos y Europa llegan ecos de polémicos gurús que aprovechando las redes crean cada vez más confusión.
La historiadora Anne Applebaum acaba de publicar un artículo en The Atlantic en el que revisa nuestro pasado, observa el presente y une puntos hasta llegar a la conclusión que así como hubo una época llamada de La Ilustración, esta bien puede denominarse la del Nuevo Oscurantismo. Aquí y allá hacemos parte de una sociedad donde la superstición derrota a la razón y la lógica, la transparencia se desvanece y las decisiones nefastas de los líderes políticos se oscurecen detrás de una nube de tonterías y distracción. Se trata de un mundo en el que solo importa el carisma y no hay espacio para mecanismos de control y equilibrio. Un mundo en el que lo emotivo derrota al racional y en el que el estado de derecho se diluye dejando un vacío que cualquiera con una historia impactante y convincente puede llenar.
Esta nueva era oscurantista, en la que teorías conspirativas y curas sin sentido son ampliamente aceptadas, se ha convertido en un movimiento político en el que muchos de sus seguidores se encuentran entre los menos favorecidos y muchos de sus patrocinadores entre los más ricos. Este detalle no es sin embargo nuevo porque distintas civilizaciones vivieron momentos como estos.
Applebaum cuenta que durante los últimos días del imperio ruso el misticismo y el ocultismo se extendieron rápidamente. Las sectas campesinas promovieron creencias y prácticas exóticas, que incluían la autoflagelación y la autocastración. Mientras tanto, los aristócratas en Moscú y St. Petersburg se volcaban en la teosofía, una mezcolanza de religiones del mundo. Fue en esa atmósfera febril y emocional donde destacó la figura de Rasputín, un monje que logró convencer a los campesinos de que era un santo porque tenía poderes curativos mágicos, y que de allí dio el salto al palacio imperial hasta convertirse en asesor político del zar.
Igual que los rusos en 1917, vivimos en una era de cambios rápidos en todas las áreas, pero especialmente en la informativa. Constantemente toda clase de mensajes conflictivos, verdaderos o falsos, parpadean en nuestras pantallas. Las religiones tradicionales están en declive, las instituciones de confianza parecen estar fallando y se siente en el ambiente un temor a que la tecnología llegue a controlarnos a niveles que todavía no alcanzamos a entender. Este es el caldo de cultivo en el que se mueven con más facilidad esos gurús del Nuevo Oscurantismo que promueven activamente el miedo a la enfermedad, a la guerra nuclear y a la muerte, a lo desconocido y al otro que es extranjero.
Hoy en día, charlatanes e influencers de la salud han desarrollado ambiciones políticas. Basta mirar la lista de algunos fanáticos nombrados por Trump en su gobierno para corroborarlo o ver lo que promueve el movimiento cuasi religioso QAnon. Y lo que llama más la atención es que esa fusión de pseudo espiritualidad con política los ha desviado de principios que ellos mismos creían profundamente arraigados a su cultura. Certezas como que la lógica y la razón conducen a un buen gobierno; que el debate basado en hechos se traduce en una buena política; o que el orden político se refiere a las reglas, leyes y procesos, no al carisma místico.
En Europa hay más ejemplos, porque cada país tiene miembros de distintos partidos políticos que están a favor de ideas que no tienen nada que ver con la ideología que su grupo dice defender. En Alemania por ejemplo, tanto la política alemana de izquierda Sahra Wagenknecht como el partido de derecha Alternativa para Alemania (AdF) promueven el escepticismo sobre las vacunas y el cambio climático, el nacionalismo de sangre y tierra y la retirada del apoyo alemán a Ucrania. En toda Europa Central, una fascinación por las runas y la magia popular se alinea tanto con la xenofobia de derecha como con el paganismo de la izquierda.
Son estas realidades las que exigen repensar términos como derecha o izquierda, que por cierto deben su origen a una reunión que se dio en la Asamblea Nacional durante la Revolución Francesa. La nobleza, que buscaba preservar el status quo, se sentó en el lado derecho, mientras que los revolucionarios, que querían un cambio democrático, se sentaron a la izquierda. Applebaum asegura que esas definiciones comenzaron a fallarnos hace una década, cuando una parte de la derecha, tanto en Europa como en América del Norte, comenzó a abogar no por la precaución y el conservadurismo, sino por la destrucción de las instituciones democráticas existentes. En su nueva encarnación, la derecha comenzó a parecerse a la antigua izquierda. Y en algunos lugares, las dos comenzaron a fusionarse.
Los filósofos de la Ilustración, cuya creencia en la posibilidad de estados democráticos basados en la ley nos dio tanto la revolución americana como la francesa, eran lo opuesto de todo lo que representara oscuridad, ofuscación e irracionalidad. Los profetas del Nuevo Oscurantismo en cambio ofrecen eso: soluciones mágicas, un aura de espiritualidad, superstición y el cultivo del miedo.