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En las entrevistas radiales concedidas ayer por el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, repitió un estribillo que en las actuales circunstancias de la ciudad suena como una admonición con consecuencias nefastas, habida cuenta de sus modos de obrar: “Para hacer lo correcto no hay que pedir permiso”.
La elección de un alcalde lleva aparejado no solo el mandato programático (si el programa electoral no se cumple puede dar lugar al inicio de un proceso de revocatoria popular del mandato), sino los deberes de sujetarse a controles, límites normativos, y a hacer solo lo que la ley le faculta. Es decir, se eligen mandatarios para que cumplan las normas del sistema democrático, no monarcas municipales.
El alcalde Quintero debió haber considerado que si su juicio le indicaba que lo que iba a hacer con el director Ejecutivo de Ruta N se ajustaba a sus planes, era de por sí correcto, y por tanto no tenía que cumplir -ni “pedir permiso”- lo que dictan de forma expresa e inequívoca los estatutos de esa entidad: el director Ejecutivo de Ruta N es nombrado por la junta directiva.
En entrevista radial, el alcalde ratificó ayer, sin haberlo avisado ni puesto a consideración de la junta, que nombraría a otra persona como director Ejecutivo, para que remplazara al designado hace apenas cinco meses.
Ocho miembros de la junta directiva -seis principales y los dos suplentes- renunciaron ayer en un gesto de carácter y dignidad, con la franqueza que les permite denunciar sin ambigüedades que existe “una evidente demostración del total desconocimiento e irrespeto al buen gobierno y a la institucionalidad”. Juan Luis Aristizábal, Marcelo Cataldo, Carlos Felipe Londoño, Manuel Santiago Mejía, Alejandro Piedrahíta, Azucena Restrepo y Carlos Manuel Uribe, y posteriormente el académico John Freddy Duitama dejaron ver que no van a tolerar con su presencia la consumación de ese atropello.
Al retiro de la junta directiva de EPM se suma, en menos de un día, este nuevo precedente, de igual forma gravísimo para la ciudad, que ratifica que la falta de experiencia de gobierno ha hecho que al actual alcalde el poder se le suba a la cabeza y ya no sean simples torpezas las que cometa sino verdaderas manifestaciones de autoritarismo arrogante, con consecuencias tan dañinas para instituciones de importancia esencial para esta ciudad, para la región y sus habitantes.
Ruta N se había sumado a esa exitosa fórmula de trabajo mancomunado entre Gobierno, empresa, universidades, colectivos sociales, tecnológicas, para crear y desarrollar un sistema de innovación y políticas de ciencia y tecnología.
Esta ciudad ha superado retos colosales y removido obstáculos a su progreso mediante un sistema articulado, eficaz y colaborativo en entidades como Ruta N (o EPM). Medellín se había puesto en el centro de las políticas en innovación y tecnología, las mismas en las que Daniel Quintero asegura ser un adelantado. No parece, lamentablemente, que tal experticia le haya permitido dejar a un lado la pequeñez de miras que muestra al romper una estructura de gobierno corporativo que se había mostrado particularmente exitosa. Patear el tablero para demostrar “quién manda” y que nadie puede alzarle la voz le traerá al alcalde efímeros titulares, pero a la ciudad un largo peregrinar de incertidumbre, desconfianza y atraso en los avances alcanzados.
También con Ruta N se requerirá una muy activa vigilancia ciudadana, un sacudón en el Concejo municipal para que cumpla su función de control político, y una expresa y clara manifestación de los sectores empresariales, universitarios, educativos, sociales, tecnológicos y culturales para hacer valer la primacía de los valores comunes compartidos y la acción concertada, frente a la miopía de esa política menuda que para su ejecutor solo quedaba atrás en los discursos de campaña.