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El alto representante de la Unión Europea para Política Exterior, Josep Borrell, advirtió esta semana ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de la creciente desconfianza en la escena internacional, que se refleja en el costo de la ausencia de la acción multilateral. Estas advertencias no son nuevas, pues ya países como Japón, Alemania, India y Brasil habían pedido desde 2016 una reforma del Consejo de Seguridad para que fuera “más representativo, legítimo y efectivo”. Este es un tema crucial dada la importancia de este sistema –que cumple 76 años– por ser el único foro geopolítico universal para exponer, mediar y fomentar un mundo más armonioso, y ayudar a las naciones a mejorar las condiciones de vida.
Si bien las dos guerras mundiales del siglo pasado generaron las condiciones para que, en 1945, se firmara la Carta que dio origen al Sistema de Naciones Unidas, hoy en día existen razones fundamentales para resignificar dicho sistema, no solo para hacerlo más eficaz sino también pertinente.
En primer lugar, está el peso inexorable del contexto mundial actual, diferente al que dio lugar a la creación de las Naciones Unidas. En particular, el paso a un mundo multipolar desde el fin de la Guerra Fría. Es evidente, entonces, que el sistema se había diseñado para otras condiciones y, por eso, el mismo Ban Ki-moon, durante su última sesión como secretario general, acusó a los representantes de las principales potencias de seguir “alimentando la maquinaria de guerra”, pues los vetos cruzados en diversos Consejos y las intervenciones militares justificadas en pro de nobles ideales, han conllevado a que estos mismos se vean comprometidos en la acción, perdiendo de esa manera consistencia y estabilidad.
En segundo lugar, otro de los factores que ha puesto en cuestión la eficacia del sistema mundial de Naciones Unidas hace alusión a los efectos devastadores de la pandemia de Covid-19. El sistema fue incapaz de prevenir su expansión al mundo entero, así como de mitigar eficazmente sus graves impactos en términos de vidas humanas y de resultados económicos, en especial en los países de menor desarrollo. Hasta el momento, por ejemplo, no ha sido posible determinar el origen del virus. Y quizás lo que más preocupa es la incapacidad del sistema multilateral de contribuir a un mundo más equilibrado y generoso. Tal como lo señaló hace algunas semanas Greta Thunberg, “más de una persona de cada cuatro en los países de altos ingresos han sido ya vacunadas contra el Covid-19, comparado con cerca de una de cada 500 en los países de más bajos ingresos”; esta cifra riñe con aquella frase célebre acuñada por Naciones Unidas en relación con los Objetivos para el Desarrollo Sostenible de “no dejar a nadie atrás”.
Por último, quizás los mayores desafíos de resignificación para este milenio, después de la pandemia, lo constituyen, de una parte, la prolongación y agudización de varios conflictos que siguen sumando muertes, desplazamientos y refugiados en el mundo. Varios conflictos muestran la necesidad de acometer cambios para cumplir ese gran objetivo de mantener la paz y la seguridad internacional, objetivo que sigue siendo vigente y necesario. De otra parte, un sistema sólido, capaz y eficaz de ayudar al mundo a enfrentar el cambio climático y, generar así, una regulación multilateral capaz de hacerle frente; además de enfrentar, conjuntamente, los retos que como humanidad traen los vertiginosos avances de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación.
Es hora de actuar pronto para no dejar desvanecer la irrenunciable quimera de un mundo más humano y mejor