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En el primer semestre del 2025 se registraron más de 150 ataques con motivación política en Estados Unidos, casi el doble que en el mismo periodo del 2024.
El escenario político estadounidense continúa en su preocupante espiral de violencia, avivado por la polarización de una sociedad que se radicaliza cada vez más. El asesinato de Charlie Kirk –influencer, activista conservador y figura clave en la acogida que tiene Donald Trump entre los jóvenes– constituye un nuevo peldaño en ese descenso a los infiernos desatado por la guerra cultural que cada vez parece tomar más fuerza en la potencia del norte.
¿Qué no se ha visto recientemente? Desde el asalto al Capitolio en enero de 2021 hasta el intento de magnicidio de Trump, la violencia no cesa; por el contrario, aumenta. En los últimos seis meses ha habido amenazas, asaltos, secuestros y asesinatos de alto perfil a figuras políticas. Y en el primer semestre del 2025 se registraron más de 150 ataques con motivación política en Estados Unidos, casi el doble que en el mismo periodo del 2024, que ya de por sí había mostrado un incremento respecto al 2023. Ni hablar de los tiroteos masivos que se suceden uno tras otro y a los que parece que la población se hubiera acostumbrado.
El asunto de la violencia política es endémico en ese país y, lamentablemente, forma parte de su historia. John y Robert Kennedy o Martin Luther King son solo tres ejemplos trágicos de esa realidad. Sin embargo, tras la muerte de Charlie Kirk, Trump y todo su entorno MAGA han tratado de señalar, sin suficientes pruebas, como culpable de todos los crímenes a la “izquierda radical”. Y de paso, están convirtiendo a Kirk en un mártir. No solo piensan concederle la Medalla de la Libertad, uno de los mayores honores que se pueden recibir en Estados Unidos, sino que prometen una venganza que ni la muerte del posible culpable al parecer podría saciar.
Pese a que el asesino se entregó, Erika Kirk, la viuda del activista, lanzó una advertencia a los involucrados en la muerte de su esposo o a quienes se alegran de ella: “No tienen idea de lo que acaban de desatar en todo el país y en el mundo. No tienen idea”. El mismo Trump ha dejado claro que detener al presunto asesino no era suficiente y dice que está decidido a “acabar con la izquierda”. Así las cosas, la tensión y el odio que dividen la sociedad prometen seguir aumentando.
Y para exacerbar los ánimos nada mejor –o nada peor– que las burbujas informativas que crean las redes sociales, dentro de las cuales, a punta de mensajes cada vez más agresivos, se van agudizando los prejuicios y se acentúa el odio. Burbujas que sumadas al fácil acceso a las armas de fuego, en un país que cuenta más de estas últimas que ciudadanos, sin duda incrementan la posibilidad de un mayor derramamiento de sangre. Mientras demócratas y republicanos moderados condenaban el crimen, y mientras Spencer Cox, gobernador republicano de Utah, estado donde ocurrió el crimen, apelaba al diálogo con el adversario y elogiaba la unidad y la esperanza, el presidente estadounidense no cesa de crear y difundir mensajes hostiles a través de sus canales de comunicación, inyectándole más veneno a la guerra interna.
Todo asesinato político revela una impotencia ideológica. La máxima aspiración de Charlie Kirk era un cambio cultural en Estados Unidos y la hegemonía del pensamiento conservador. La forma en la que defendía sus ideas pasaba siempre por las palabras. Digno hijo de su tiempo, lo hacía desde las redes sociales con argumentos fulminantes, eslóganes simplificadores y afirmaciones categóricas. No temía ir al campo contrario para debatir con sus contrincantes y sabía hacerlo con contundencia. Era, sin embargo, abiertamente homofóbico, racista, sexista y jugaba con teorías conspiratorias y desinformación.
Kirk supo, como pocos, llegar a millones de personas jóvenes, tanto, que fueron ellos quienes explicaron a los adultos supuestamente más informados quién era ese “desconocido” que acababa de morir violentamente. Esa reacción debería motivar también una reflexión sobre la enorme distancia generacional que existe en las formas de informarnos y, sobre todo, en la manera de procesar el malestar social. Porque si bien hoy hablamos de Estados Unidos, la situación puede extrapolarse a muchos otros países, incluido el nuestro.
En Colombia, por ejemplo, las dinámicas de odio en redes sociales, el lenguaje incendiario en la arena política y la circulación masiva de noticias falsas ya han mostrado su capacidad para fracturar a la sociedad y legitimar la violencia contra el adversario. La historia reciente latinoamericana ofrece suficientes lecciones sobre cómo el deterioro del diálogo y la normalización de la agresión verbal terminan desembocando en tragedias que afectan la democracia misma.
Por eso, lo ocurrido en Estados Unidos no debería observarse con indiferencia desde este lado del continente. Es un espejo de advertencia. La polarización, cuando se alimenta con resentimiento y armas, no reconoce fronteras.