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La Colombia que no se rinde

En un país saturado de discursos que prometen redención mientras siembran desconfianza, la solidaridad concreta es una forma de resistencia.

hace 4 horas
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  • La Colombia que no se rinde

Hace unos meses, una lectora de este diario tomó una pequeña decisión que se convirtió en motor de transformación de su vida y de la de otros. Al leer la historia que EL COLOMBIANO publicó sobre el comedor comunitario del barrio La Sierra –en el cual una pareja apoyada por un puñado de benefactores le da, a duras penas, almuerzo a 90 niños cada día–, decidió que ella bien podía irse caminando desde su casa en Manrique hasta su trabajo en el centro y con lo que ahorra del pasaje podía apadrinar la comida de uno de esos niños. No lo conocía. Pero entendió algo esencial: podía hacer algo.

Gracias a ella, y a otros seres anónimos que entendieron la dimensión del proyecto, el comedor logró incluir proteína todos los días en el plato de los niños. Un pequeño gran cambio.

Ese gesto resume el espíritu que queremos resaltar este 24 de diciembre: en medio del ruido, la confusión y la polarización que tanto desgastan al país, hay miles de colombianos y colombianas que actúan con generosidad silenciosa. Y queremos no solo agradecerles sino subrayar el papel crucial que desempeñan en la Colombia de hoy.

Este año publicamos decenas de historias como estas, de personas que necesitaban que alguien les diera una mano. Y de pronto, encontraron no una mano salvadora, sino muchas manos anónimas, desinteresadas y dispuestas a darles un buen empujón.

En tiempos como estos, cuando desde el corazón del poder se insiste en crear relatos de odio y confrontación permanente, estas historias revelan otra realidad: ciudadanos comunes y corrientes que le abren espacio a la esperanza. Historias que nos hablan de un país que madruga, que trabaja, que cuida a los suyos, que se organiza y que no delega su humanidad ni su responsabilidad en el Estado. Una Colombia que vibra en tono de solidaridad.

A Liliana, por ejemplo, se le quemaron las máquinas que le daban sustento en un incendio en Itagüí. Luego de que su foto, entre las cenizas, apareció publicada en la primera página de este diario recibió donaciones que le sirvieron para comprar dos nuevas máquinas y recuperar la respiración. “Ver que gente que uno ni conoce quiere ayudar desinteresadamente me dejó más sorprendida que el mismo incendio”, dice hoy.

A doña Herminia le ayudaron a recuperar el techo y los muros de la pequeña casa que su mamá le dejó por herencia, en la que vive hace 39 años y amenazaba caérsele en la cabeza. “Estoy supremamente feliz, cada día le doy más gracias a Dios y a ustedes que me ayudaron”, dice agradecida.

A la familia que perdió sus gallinas por culpa de un globo con pólvora en Rionegro, días después, le donaron de vuelta otras 75 ponedoras para volver a empezar. O el caso de Matías, que luego de ser diagnosticado con púrpura fulminante y tras 14 años de espera, pudo caminar por primera vez con una prótesis gracias al apoyo de 200 personas. Incluso Mariana, la niña del Picacho que sufre fibrosis quística, pudo cumplir su sueño de nadar con delfines. Pequeñas grandes victorias que en medio del día a día son faros de humanidad.

No son milagros caídos del cielo, sino respuestas humanas a necesidades reales. Personas que comparten lo que tienen, no porque les sobre, sino porque entienden que el bienestar es frágil si no se construye en comunidad.

Ese contraste es hoy más evidente que nunca. De un lado, ciudadanos anónimos que hacen país todos los días sin aplausos ni recompensas. Del otro, dirigentes aferrados al poder que confunden gobernar con confrontar, liderar con dividir y transformar con arrasar.

Navidad es el tiempo propicio para agradecer, sí, pero también para recordar que dar no es solo un gesto caritativo, sino una afirmación ética. En un país saturado de discursos que prometen redención mientras siembran desconfianza, la solidaridad concreta es una forma de resistencia. Una forma de decir que Colombia es más grande que sus peores voces.

Gracias a quienes ayudaron a Wilmar, el joven que quedó cuadripléjico y ahora sueña con volver a moverse gracias a una campaña ciudadana. A quienes se movilizaron por la niña que necesita una silla neurológica. A los que escucharon el llamado del campesino que no quería perder su cosecha de papa criolla. A todos los que, sin figurar en listas ni partidos, hacen país desde el compromiso con los demás.

Este país no se rinde. Y en Navidad, más que nunca, es necesario recordarlo. Que esta Nochebuena nos encuentre no solo reunidos en torno a una mesa, sino con el corazón dispuesto a reconocer que, incluso en medio de la dificultad, hay motivos para la gratitud y razones para seguir creyendo.

La señora que decidió caminar una vez por semana lo entendió mejor que muchos discursos: ayudar no es solo un deber moral, es también una forma de resistir al pesimismo. Esos, diría el poeta, son los imprescindibles.

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