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Colombia, si quiere prosperar, no puede darle la espalda. O dicho de otra manera, es hora de mirar al sol no como paisaje, sino como política de Estado.
En el mundo se está produciendo una gran revolución que a pesar de tener un protagonista tan potente como el sol está siendo opacado por esa otra histórica revolución, la de los impresionantes cambios de la Inteligencia Artificial. Pero precisamente por ello es importante hablar más de ella en países como Colombia para evitar llegar tarde.
Estamos hablando de la revolución de los paneles solares, gracias a la cual por primera vez la humanidad podrá contar con una fuente de energía limpia, cada vez más barata y prácticamente inagotable para los próximos miles de millones de años.
Colombia avanza hacia la energía solar, pero lo está haciendo demasiado despacio. Aunque el discurso de la transición energética se volvió habitual, la realidad es que el aprovechamiento sigue siendo modesto.
La capacidad solar instalada en nuestro país apenas ronda los 2 gigavatios, incluyendo los parques en pruebas. Es un salto notable frente a los 700 megavatios de hace dos años, pero sigue siendo modesto si se compara con Chile (14 gigavatios) o Brasil (más de 30 gigavatios) o China (900 gigavatios). El contraste revela que la transición energética en Colombia avanza todavía más como un piloto que como algo masivo.
Y la lentitud es más evidente si tenemos en cuenta que nuestro país recibe, en promedio, una radiación de 4,5 kilovatios por metro cuadrado al día, superior a la de varias potencias solares del mundo. Y en regiones como La Guajira o los Llanos Orientales el sol cae casi a plomo, con niveles que superan los 6 kilovatios.
Además, la energía solar en los últimos años avanza a velocidad exponencial. En 2004 el mundo instalaba 1 gigavatio (GW) al año; en 2010, el mismo GW lo instalaba en un mes; en 2016, cada semana; y actualmente se instala tan solo en 24 horas. Para tener una idea: Colombia tiene energía instalada de 20,9 GW e Hidroituango, cuando esté a tope, producirá 2,4 GW.
Este crecimiento tiene un protagonista: China. Alrededor del 80% de los paneles instalados en el mundo salen de sus fábricas. A finales de 2024, China completaba cerca de 900 GW de capacidad fotovoltaica, más que Europa y Estados Unidos juntos. Y, según The Economist, hoy China obtiene más ingresos por exportar tecnología limpia de los que Estados Unidos recibe por exportar combustibles fósiles. Es decir, la energía solar de China ya está superando al antes imbatible petróleo estadounidense.
China, otrora fábrica de bienes intensivos en carbón, es hoy el principal motor de descarbonización global. No por virtud, sino porque los números cierran: con su liderazgo en paneles, baterías y ahora vehículos eléctricos—con marcas como BYD copando las calles de países como Colombia—se están convirtiendo en los líderes de la era de la electrificación. Es una estrategia industrial, no una cruzada moral con la que están contribuyendo a descarbonizar el mundo.
Las baterías, que durante mucho tiempo fueron un cuello de botella, están avanzando a ritmos similares. En los últimos 30 años, el costo por kilovatio-hora de almacenamiento ha caído en un 99%. Y su capacidad de almacenamiento ha aumentado. Ya hay baterías que permiten suplir la demanda eléctrica en las horas en que no hay sol. Hoy, instalar paneles solares es la forma más barata de producir electricidad en muchas partes del mundo.
Colombia no puede quedarse atrás en esta revolución global. Estamos al borde de tener un déficit de energía en 2027. La energía solar debe ser la prioridad. Más allá de que el presidente Gustavo Petro quiera hacer creer que avanzamos de manera apropiada en esa dirección al comparar números no es así.
Las trabas regulatorias, la incertidumbre institucional y los cuellos de botella en licencias y en la conexión a la red están frenando una transición que podría ser mucho más acelerada. La Guajira, por ejemplo, sigue sin aprovechar su potencial por barreras autoimpuestas, como una consulta previa sin reglas claras ni plazos.
En la Guajira podría estar atrapada buena parte de la energía solar (y eólica) que necesita el país para cerrar la brecha de acceso a electricidad que es de cerca de 500 mil familias en Colombia.
No deja de ser curioso que a la hora de repartir recursos todo el país contribuye para que lleguen a regiones con necesidades como la Guajira, pero a la hora de aprovechar su territorio para producir riqueza para todo el país se ponen cortapisas y obstáculos cada vez más difíciles de superar.
La prioridad del próximo gobierno, sin importar su color político, debe ser garantizar que Colombia no se quede por fuera de esta revolución. Hace poco el presidente de Isagén, Camilo Marulanda, anotaba que la regulación para 2026 es poco atractiva para la inversión pues daría utilidades de 5%, es decir, menor que la inflación. ¿Quién querría invertir a pérdida?
Está claro que el sol ya ganó. Colombia, si quiere prosperar, no puede darle la espalda. O dicho de otra manera, es hora de mirar al sol no como paisaje, sino como política de Estado.