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Hace apenas una semana el presidente Iván Duque presidía el ascenso póstumo de los 22 cadetes de la Policía Nacional asesinados en un acto terrorista del Eln al iniciar 2019, en la Escuela General Santander. Una matanza dolorosísima que esa guerrilla ejecutó intentando presionar la reactivación del proceso de negociación del conflicto que mantiene contra el Estado y la sociedad colombianos. A lo largo del año, también, continuó con sus secuestros y ataques a oleoductos.
Ahora se anuncian cinco liberaciones de secuestrados, dos de ellas, en Chocó, con serios indicios de que hubo pagos económicos, versión ratificada por la Defensoría del Pueblo. En Arauca los guerrilleros dejaron volver a sus hogares a tres menores de edad.
Entonces, no hay por qué caer en premuras y concesiones para retomar la negociación, como lo están haciendo algunos líderes de opinión activistas de un diálogo con el Eln, que saludan estos actos y pretenden convertirlos en prueba fehaciente de que el Eln ha puesto fin a su violencia armada.
Es imprescindible constatar en el tiempo -en las semanas y meses próximos- que hay gestos y voluntad unilaterales de paz, sistemáticos, serios, de que el grupo subversivo pretende sentarse a conversar sin esa actitud lesiva y soberbia de sus ataques a bases de las Fuerzas Armadas y de sus atentados dinamiteros en los que lleva la peor parte la población civil.
Es entendible el llamado a la concordia que ha hecho la Iglesia Católica, en especial en medio de las festividades navideñas y de Año Nuevo. Es una voz que la ciudadanía recibe con credibilidad, por su trabajo de base con las comunidades y su conocimiento en el terreno de los problemas y necesidades sociales.
Pero es en el campo de la acción política y práctica que deben corroborarse las dos peticiones esenciales del Gobierno Nacional para que se reanude el diálogo: ni un solo secuestro más y libertad para todos los plagiados, y cese de los ataques del Eln que golpean a civiles y uniformados.
Quienes alientan las conversaciones deben empezar por exigir del Eln mucha más generosidad, y si se quiere más humildad, para demostrar a los colombianos que su interés de poner fin al conflicto es decidido y firme.
La agitación social del último mes y medio si dejó algo claro es que cada vez los colombianos de todos los estratos, condiciones y tendencias rechazan y condenan la violencia. Hay un hartazgo perceptible de que ese es un recurso estéril y costoso del que solo brotan resentimientos, pérdidas materiales y humanas, frustraciones y cicatrices.
La liberación de cinco secuestrados, con el supuesto pago económico mencionado por la Defensoría del Pueblo en el caso de dos comerciantes de Amagá y Pereira que estaban cautivos en las selvas de Chocó, son aún una señal muy débil para pensar que el camino del diálogo con el Eln está despejado y que las partes pueden volver a la mesa.
Frente a los líderes de la protesta social y ante los demás sectores políticos, el presidente Duque ha mostrado disposición de escuchar y conversar, con ánimo constructivo, sobre los problemas del país. No debe ser distinto con el Eln, pero siempre y cuando se honre el deseo de parar la violencia armada.
Este fin y principio de año es bastante propicio para que el Eln dé nuevas muestras de que quiere sentarse a dialogar, sin ambages ni chantajes.