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El presidente Iván Duque, que ha mostrado generosa voluntad de conversar con los sectores que alientan las movilizaciones ciudadanas iniciadas desde el 21 de noviembre, pero sobre todo quienes se declaran líderes del “Comité de Paro”, deben ir calculando el efecto espejo y polarizante que crea sobre el conjunto de la sociedad colombiana la indefinición de acciones concretas para terminar las protestas y la consecuente ralentización de una economía que busca dinamizarse y encontrar rumbos seguros de crecimiento.
Empieza a tornarse irresponsable mantener las principales ciudades en este estado de inercia, por cuenta de protestas que, si bien son legítimas, cada vez se alejan más del deseo mayoritario de los ciudadanos de retomar el curso productivo y la normalidad política e institucional, en plena temporada decembrina, clave para la recuperación (y el ánimo) de todos los estratos y sectores de la vida nacional.
Si quienes se proclaman voceros de los grupos movilizados no actúan con sensatez y pragmatismo, despojándose de intereses que buscan acciones y compromisos que alejen al presidente Duque de una hoja de ruta coherente y acorde con sus compromisos de gobierno con el electorado, solo lograrán propagar el malestar social y la sensación de que las reclamaciones del paro son totalmente inviables e incapaces de edificar consensos y ajustes de verdad creativos y favorables a todos los sectores.
Los comerciantes en las calles, por ejemplo, con toda la fuerza laboral y productiva que alimentan, expresan la necesidad de un diálogo sensato, de asuntos puntuales y cumplibles, para que esta situación no termine por armar un país más parecido a un pesebre lúgubre y árido, que a uno poblado de esperanza y deseos de entendimiento.
Se espera que los integrantes del Comité no terminen por creer que abarcan tal legitimidad y representatividad ciudadana que estén pensando en que pueden embarcar a los colombianos en una negociación dilatada -y descartada desde un principio por el gobierno- de la estructura y los planes estratégicos del Estado.
Una conversación sin un norte alcanzable, y abierta a macroagendas desfasadas, abre un compás de tensión y polarización de cuya aguja, por el contrario, el país busca desprenderse hace rato. Hay que simplificar objetivos y darles probabilidades de éxito para que esta manifestación de disensos en democracia se convierta en un camino de avance, de desarrollo y de construcciones conjuntas, surgidas de la heterogeneidad política, pero dirigidas al bienestar común, ese sí homogéneo en sus alcances colectivos.
La movilización y su dirigencia deben demostrar que no están interesadas en romper y descomponer el tejido social, que contra toda crítica posible y necesaria ha venido fortaleciendo sus fibras y sus músculos, en los últimos 20 años del proceso histórico, político y social de la nación.
El Congreso de la República, y otros actores de primer orden y credibilidad dentro de la sociedad civil, deben asomar la cabeza y levantar la mano para jugar un papel mucho más activo en la tarea de tender puentes de entendimiento que agilicen la recuperación pronta del orden público y la vuelta a los procesos sociales y productivos, ojalá con réditos para todo el espectro de los participantes en las conversaciones. El país no puede ser más un mesón desmantelado de Navidad, mientras se empeña en entendimientos entre sordos.