Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
Este Nobel debería ser leído en Colombia como una llamada de atención. Mientras otros países hacen de la innovación una política de Estado, aquí la ciencia sigue esperando presupuesto y la educación se discute sin convicción.
El Nobel de Economía no nació con el testamento de Alfred Nobel, pero se ha ganado su lugar en el mundo como un galardón que premia las ideas que cambian la historia de los países. Este suele destacar teorías innovadoras capaces de transformar los modelos de desarrollo de las naciones. Entre algunos de los notables teóricos que han recibido esta distinción están Milton Friedman, Daron Acemoglu, Robert Solow, Amartya Sen, Paul Krugman, Paul Samuelson o Friedrich Hayek.
Este año, el premio a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt vuelve a recordarnos una verdad esencial: que el crecimiento no es una cuestión de suerte ni de recursos naturales. En tiempos en los que crecen las desconfianzas hacia la tecnología, la ciencia y el mercado, este premio llega como un recordatorio oportuno: fue la curiosidad humana, no el miedo, la que nos sacó de siglos de pobreza. Y si olvidamos eso, corremos el riesgo de volver atrás.
Primera lección: el crecimiento empieza en la cultura. Joel Mokyr, profesor de historia económica en Northwestern University, fue galardonado por décadas de investigación dedicadas a responder una pregunta central: ¿por qué Europa rompió el ciclo milenario de estancamiento y entró en una senda de crecimiento sostenido durante la Revolución Industrial? Su tesis sostiene que lo que posibilitó el crecimiento económico en Occidente no fue únicamente el progreso tecnológico ni sus instituciones políticas, sino rasgos culturales que permitieron que la Revolución Industrial despegara a gran escala en varios países de Europa.
Mokyr sostiene que el despegue del crecimiento moderno se explica por un cambio cultural europeo desde el siglo XVII que favoreció la experimentación científica y la posterior comercialización de ideas, y por la temprana fusión entre ciencia e ingeniería impulsada por instituciones como la Royal Society, frente a contextos, como el chino, donde el poder político reprimió a los librepensadores. A ello se sumó la fragmentación política europea, que dio a los innovadores “vías de escape” y una mayor tolerancia a la destrucción creativa.
Segunda lección: el progreso se sostiene con competencia e innovación. Mientras Mokyr explica cómo empezó el crecimiento, Philippe Aghion y Peter Howitt muestran cómo se sostiene. Su trabajo conjunto desde los años noventa —y, en particular, su modelo de 1992 sobre crecimiento mediante destrucción creativa— ofrece una visión precisa y dinámica de cómo la competencia impulsa la innovación.
En el modelo de Aghion y Howitt, la innovación hace que las tecnologías viejas queden obsoletas: una empresa lanza algo mejor, gana ventaja por un tiempo y, justo por eso, otra intenta superarla. Esa “destrucción creativa” impulsa el crecimiento, pero también introduce un freno natural: si todo puede ser reemplazado pronto, algunas firmas dudan en invertir.
En 2005, los autores mostraron que la competencia impulsa la innovación sólo hasta cierto punto. Si hay poca competencia las empresas no suelen innovar, pero con competencia excesiva tampoco, porque se erosionan las utilidades esperadas de innovar. Así, una economía debe buscar políticas públicas que la acerquen a un grado “óptimo” de competencia, evitando monopolios y, al mismo tiempo, permitiendo suficiente poder de mercado para que quienes innoven tengan recompensa.
Tercera lección: sin ciencia, no hay futuro. Este Nobel debería ser leído en Colombia como una llamada de atención. Mientras otros países hacen de la innovación una política de Estado, aquí la ciencia sigue esperando presupuesto y la educación se discute sin convicción. Queremos crecimiento, pero seguimos sin entender que no hay desarrollo sin investigación, ni bienestar sin productividad. Si seguimos castigando el talento y desconfiando de la creatividad, no será la pobreza la que nos derrote, sino la resignación.
De Mokyr aprendemos que el crecimiento sostenido no surge por accidente: requiere condiciones culturales e institucionales que lo hagan posible. De Aghion y Howitt, que una vez iniciado, mantenerlo depende de políticas que incentiven la innovación sin ahogarla ni desincentivarla.
Ambas perspectivas coinciden en un mensaje poderoso para economías como la colombiana: si aspiramos a mejorar el bienestar de nuestra población, no hay tarea más importante que obsesionarnos con que la economía crezca cada día más. No con cualquier tipo de crecimiento, sino uno basado en nuevas ideas, nuevos productos, nuevas soluciones.
El Nobel de 2025 no solo celebra a tres académicos. Celebra la fuerza de las ideas que cambian el destino de los pueblos. Los países que renuncian al crecimiento, que castigan la innovación o que desprecian la ciencia, no solo están frenando su economía: están negándole a su gente la posibilidad de un futuro mejor.