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En julio de 1991, van a cumplirse pronto 30 años, se celebró la primera Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, iniciativa de cooperación e integración política impulsada principalmente por España, y que paulatinamente ha ido perdiendo visibilidad e importancia.
De hecho, ayer mismo se instaló en el Principado de Andorra la cumbre correspondiente a 2020, pospuesta hasta ahora por la pandemia del covid-19, y que igual se ha visto deslucida por dos temas, uno incontrolable, y otro derivado de un tremendo error político de los organizadores: el obvio de la ausencia obligada de casi todos los gobernantes latinoamericanos por las restricciones de reuniones presenciales, y la invitación a la dictadura venezolana de Nicolás Maduro como si fuera un gobierno legítimo para participar en un foro cuyo pilar fundacional era la defensa de la democracia.
El tema central de la cumbre de este año fue “Iberoamérica frente al reto del coronavirus”. Responde, naturalmente, al gran problema de la actualidad y el que marcará la agenda de los próximos lustros. Los presidentes latinoamericanos que intervinieron ayer se dolieron casi al unísono de las marcadas inequidades para acceder a las vacunas, acaparadas en gran medida por los países ricos, y en las demoledoras consecuencias socioeconómicas que traerá la pandemia y el retroceso económico por los cierres de industrias, comercios y tantos sectores productivos.
Seguramente previendo las quejas de los presidentes del Sur y Centro América, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, llegó con la promesa de destinar a esta zona, a través del mecanismo Covax y una vez logre vacunar al 50 % de la población de su país, 7,5 millones de vacunas, con principal atención a los países que menos hayan avanzado en sus propias campañas de inmunización.
Pero fue el desatino político de los organizadores y anfitriones de la cumbre, así como de la Secretaría General Iberoamericana (Segib) de convocar a Nicolás Maduro, lo que empañó esta ya de por sí deslucida reunión. El dictador venezolano, sea por cobardía, sea por desaire, respondió a esta invitación delegando su intervención en Delcy Rodríguez, dirigente del chavismo sancionada por la Unión Europea precisamente por sus responsabilidades en la violación a los derechos humanos de la población venezolana.
Julio Borges, comisionado de Juan Guaidó para las relaciones internacionales, lo expresó con claridad en una columna publicada el martes en el diario español El Mundo: “Invitar al dictador Maduro no solo es una clara contradicción con los principios que enarbolan las democracias iberoamericanas, sino también es un insulto a tantos venezolanos que hemos sido víctimas de su régimen. Es una bofetada a la memoria de tantos mártires asesinados por la sangrienta maquinaria que dirige Maduro, así como un silencio cómplice ante el hambre y la miseria que campea a lo largo y ancho de nuestro país”.
A los presidentes de Colombia, Iván Duque, de Chile, Sebastián Piñera, y al saliente gobernante de Ecuador, Lenin Moreno, les cabe el valiente y honroso gesto de haber manifestado expresamente su llamado al restablecimiento de la democracia en Venezuela y su condena a la dictadura del chavismo. Les lloverán ataques de las bien conectadas fuerzas de izquierda latinoamericanas pero queda constancia imborrable de su coraje para recordar que un país entero sufre los desmanes de un régimen brutal que viola sistemáticamente los derechos humanos.
Fue oportuna, también, la réplica firme que la vicecanciller colombiana, Adriana Mejía, hizo ante la plenaria para responder a los insultos y despropósitos de la representante de Maduro. A pesar de todas las críticas e incomprensiones de quienes abogan por contemporizar con esa dictadura, Colombia tuvo un digno papel en esta cumbre y lo ha tenido en la defensa de la democracia continental