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Volver a comenzar desde el asombro, mirando al Crucificado. Dejarse sorprender por Jesús, para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en el tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados por Dios.
Pidamos en este día (Domingo de Ramos) la gracia del estupor. La liturgia de hoy suscita en nosotros cada año un sentimiento de asombro, pues pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén, al dolor de verlo condenado a muerte.
¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar ‘¡crucifícalo!’? En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad.
También hoy hay muchos que admiran a Jesús, pero, sin embargo sus vidas no cambian. Admirar a Jesús no es suficiente, es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro