La carrera espacial, que hasta hace poco parecía asunto de ciencia ficción, se está convirtiendo en una competencia cada vez más apasionante y con implicaciones cada día más directas en la vida cotidiana de todos.
El espacio está dejando de ser ese retrato de unos astronautas embutidos en unos trajes incómodos para entenderse como un escenario esencial de la humanidad por motivos estratégicos, económicos y científicos, pero, sobre todo, por su papel fundamental en la recolección y el flujo de datos. No solo de los datos de otras personas. También, y sobre todo, de sus propios datos.
Las telecomunicaciones, la geolocalización, el comercio y el espionaje militar se realizan desde satélites en el espacio. Hoy en día hay decenas de Estados que participan en la carrera espacial. Ya no son solo estadounidenses y rusos compitiendo, sino que ahora se suman muchos participantes privados de pequeñas startups, universidades y famosos millonarios, como Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson. Se podría decir que, en cierta medida, el espacio se ha democratizado debido al inusitado número de satélites que se han lanzado —hay cinco mil en órbita—, pero es necesario reconocer que, de esos, dos mil han sido enviados al espacio por Space-X, la compañía de Musk.
Hay decenas de miles de lanzamientos de satélites programados y esto apenas acaba de empezar. El desarrollo del sector privado es el que más asombro causa entre los expertos por los enormes pasos que han dado para hacer realidad el turismo espacial y por el dominio que tienen sobre tecnologías a las que antes solo tenía acceso el Estado. Todo lo anterior demuestra que alcanzar el espacio ya no es solo dominio de unos pocos. Aunque ahora solo puedan viajar turistas con bolsillos poderosos, el ciudadano común puede sentirse cada vez más cerca de las estrellas. Igual a como cuando surgieron los primeros vuelos en avión. Todo es cuestión de esperar un poco.
Ahora bien, en cuanto a la correlación de fuerzas, Estados Unidos sigue teniendo ventaja sobre sus competidores por experiencia, tecnología, medios y contexto empresarial. Por su parte, China, tan ambicioso en este campo como en cualquier otro de los que tiene como objetivo de dominio, se ha propuesto convertirse en potencia para el 2040 y para esto se prepara con una actitud competitiva bastante agresiva. Un poco más rezagado, pero con todo el valor de su experiencia, Rusia compite, aunque no al mismo nivel. Tiene limitaciones financieras, de tecnología y de capital humano. Por otro lado, están los países europeos, que se ven afectados por la falta de unión política y de interés en el aspecto militar, pues su interés primordial es económico y científico.
La realidad del panorama actual muestra un escenario bastante competitivo y a la vez congestionado. Los gobiernos saben que deben tomar posiciones y por eso se observa la aparición constante de agencias espaciales nacionales, regulaciones y lanzamientos. Nadie quiere quedarse por fuera. Y, como hecho positivo, surgen alianzas, como la del proyecto lunar Artemis, que permiten repartir funciones y colaborar, en este caso entre países occidentales, para ser más eficientes y a la vez protegerse en caso de ataque. También está la Estación Espacial Internacional, que es un trabajo conjunto con Rusia, o la sorprendente unión entre Japón y Emiratos Árabes Unidos para colocar su aparato Rachid en la luna.
El hombre lleva soñando con el espacio más de dos mil años y poco a poco lo ha ido alcanzando. Pero tal vez la lección más necesaria que haya que recordar de todas las exploraciones, tanto pasadas como presentes, la ha dado el geógrafo Denis Cosgrove: “el legado cultural más perdurable de las misiones lunares no consistió en el conocimiento adquirido sobre la Luna, sino en una imagen renovada de la Tierra”. Este pensamiento dice mucho del lugar que ocupa nuestro planeta, nuestro hogar, en el universo. Y de por qué es realmente importante esto de la carrera espacial