Hay quienes creen que los perros son hijos, unos más peludos y menos trabajosos. Tal vez lo sean, si bien no por haberlos procreado, sí por sentir por ellos un cariño profundo y protector, por ser integrantes de la familia.
Cuando los humanos están pequeños, los padres acostumbran hablarles con una entonación y un ritmo distintos, un tanto exagerados y lentos a los que usan con los adultos.
Igual hacen algunas personas cuando hablan con sus perros. Les dicen frases cortas y dulzonas, como si fueran recién nacidos.
No faltará quien ridiculice a los que así proceden, pero a estos, la ciencia y la experiencia parecen darles la razón.
Investigaciones de las últimas dos décadas, publicadas de manera repetida en meses recientes, indican que los perros entienden más cuando les hablan así, con ese “entonado acento”.
La revista Proceedings of the Royal Society B y la National Geographic, entre otras, han aludido al tema.
La psicóloga Juliane Kaminski, profesora de la Universidad de Portsmouth, publicó en El País, de España, en enero de 2017, una nota sobre ese estudio.
Sostiene que los perros “entienden la comunicación humana como ninguna otra especie”, incluso más que los primates. Y si se quiere amaestrar un cachorro con más posibilidades de que siga lo que decimos, es aconsejable hablarle como a los bebés, en lo que llama “lenguaje dirigido a los perros”.
“Cambiamos la estructura de las frases, acortándolas y simplificándolas”, tanto a niños como a perros, para que entiendan alguna idea o norma.
Andrés Valencia, etólogo y entrenador de perros de Happy Dog, de Medellín, confirma esta idea. Señala que él les habla “mimado” a los canes que entrena.
“Y me parece que se sienten más contentos y ponen más atención que cuando les hablo de manera llana o seria. Hay más conexión entre ellos y yo”.
Este experto contradice la creencia popular de que de este modo se “humanizan”. Tal vez se “antropomorfizan”, aclara, es decir, adopta formas de comportamiento humano, que incluyen las normas de conducta.
Añade que cuando él va por la calle con un can, le habla también como lo que es, como a un amigo. Por ejemplo, cuando este molesta a una persona que se fastidia por ello, Andrés le dice: “¡Eh, ave María, cómo es que usted hace esas cosas!”.
Explica que los perros entienden por tres vías: auditiva, visual y olfativa.
Cree que las palabras deben ser acompañadas por señales hechas con la mano o, incluso, con la cara, para que se refuercen.
Así como los premia por las acciones afortunadas, con felicitaciones expresadas con frases y con una golosina hecha especialmente para ellos, cuando pretende reiterarles una norma que ya les ha enseñado, pero que desobedecieron, hace contacto físico con ellos para hablarles.
“Toco al animal en el lomo o en la cabeza, lo miro con gesto fuerte y le digo despacio lo que deseo que aprenda”.
El entrenador levanta la mano cuando quiere que se levanten; la baja en caso contrario y sus amigos, con esas órdenes marcadas con la voz y las manos, entienden mejor.
También acude al recurso de chistearlos, es decir, de emitir un sonido sordo con la boca que suena algo así como chssst, que habitualmente se usa para hacer callar a alguien. En este caso es para llamarles la atención.
Jamás los golpea, ni con la mano ni con periódicos. Porque el secreto para que aprendan las normas es la repetición.