Leila Guerriero, la cronista argentina, escribió en una de sus columnas en 2014: “Lo que más amamos, y lo que más nos ama, es también lo que mejor nos aniquila” (ver recuadros textuales). Pero hace falta claridad aquí para no malinterpretar.
Las relaciones entre padres e hijos no se pueden ver en blanco o negro, están llenas de matices. Ningún papá es absolutamente bueno o absolutamente malo, dice Juan Vásquez Muriel, psicólogo clínico de la U. de A. con maestría en psicología de la Universidad del Norte. Saber que la infancia –especialmente la temprana– influyó en su desarrollo es importante, pero engancharse allí, culpar de todo lo que le ocurre hoy a su niñez o a sus progenitores es, en parte, limitarse. Haga las paces con eso.
Un tema de cuidado
Muchos andan por la vida cargando dolores emocionales. Algunos pueden estar deprimidos, ansiosos o con dificultades que rodean las relaciones sentimentales o el sexo. ¿De dónde vienen estas dificultades?
“El amor es tan abstracto que es mejor diferenciarlo del cuidado”, aclara Vásquez y agrega que “hay una sensación de seguridad para toda la vida cuando los padres o cuidadores han respondido a las necesidades de un niño”.
Un ejemplo simple sería que en esta época de calor un padre o madre vistan con ropa fresca a su hijo, en vez de forzarlo a usar prendas bonitas que lo asfixien. Eso es pensar en su bienestar.
La manera en que un chico fue cuidado –con respecto a sus necesidades reales, no tanto a los deseos de los padres– tiene un desproporcionado efecto en cómo se relacionará como adulto. Suena algo sencillo, pero no lo es.
Vásquez asegura que “en personas que se desorganizaron mucho durante la infancia y no tuvieron un ambiente facilitador y suficientemente bueno se presentan patologías como trastornos de personalidad límite descrito por Marsha Linehan, por ejemplo; o se ve narcisismo o psicosis”.
En esto está de acuerdo Claudia Quintero, psiquiatra infantil de la Facultad de Medicina de la U. de A.
Un experimento social
Sin este cuidado se puede estar herido de por vida. Los investigadores han mejorado las metodologías que prueban los efectos de los descuidos en los menores de edad. Uno de los líderes en el tema es Edward Tronick, director de la unidad de desarrollo infantil de la Universidad de Harvard.
El Still face experiment (experimento cara impávida) del doctor Tronick que se relata en el Journal of Developmental Processes (en la revista de la primavera de 2008) es uno de los más destacados al respecto, según los expertos. En este una madre se enfrenta a su bebé y se le pide que empatice con él primero y luego sostenga una “cara quieta”, sin reaccionar a sus comportamientos. Inténtelo usted mismo por dos minutos.
En este tiempo la madre o el padre arrullan al infante de tres o cuatro meses, le hablan y se ríen con él. Los bebés balbucean de alegría, sonríen y aplauden. Luego los padres se alejan por un breve momento enfrentando al niño con una expresión en blanco. Y ahí es cuando empieza a relatarse un momento de incomodidad. El bebé comienza a agitarse por los intentos fallidos de provocar una reacción en la madre. Y luego, en poco tiempo, el bebé se enoja mucho. Se queja, trata de alejarse, empieza a llorar.
En un video publicado en Youtube el doctor Tronick relata: “Lo que llama la atención sobre el experimento es que los bebés no dejan de intentar llamar la atención de los padres. Pasarán por ciclos repetidos en los que tratarán de atraer la atención, fallarán, se darán la vuelta, se sentirán tristes y desconectados, luego se darán la vuelta y volverán a intentarlo”.
Y sigue contando que al pasar unos minutos los pequeños pierden el control postural. Algunos inician a comportarse de forma calmada, chupándose el dorso de la mano o con los pulgares. Otros se angustian tanto que no podrán consolarse.
En uno de los hallazgos más alarmantes, el informe destacó que los avances en la investigación del cerebro ahora muestran que el maltrato y el abandono a los niños daña no solo la forma en que funciona el cerebro de un menor en desarrollo, sino que además cambia la estructura real del cerebro, de tal manera que hace que el pensamiento claro, el control de las emociones y los impulsos y la formación de relaciones sociales saludables sea más difícil.
“Cuando comencé a hacer estos experimentos en la década de 1975, simplemente no teníamos idea de cuán poderosa era la conexión con otras personas para las criaturas, y cómo, cuando se desconectaba, cuán poderosamente negativo era el efecto”, continúa en el video que compartió la Universidad de Massachusetts en su canal el 30 de noviembre de 2009.
En los estudios de bebés en orfanatos que reciben alimento y abrigo sin falta, pero con los que nadie juega, se ha encontrado que algunos físicamente no crecen y muchos mueren.
Historia desde Instagram
En el proyecto fotográfico Humans of New York (@humansofny), que actualmente difunde historias desde París, una de las fotos recientemente compartida en Instagram (22 de abril de 2019), expone el rostro de una mujer llorando y se acompaña de una historia que ejemplifica que “el amor en la infancia influye para el resto de la vida”, según dice Laura Restrepo, socióloga Clínica de la UPB.
“No sé por qué mi madre me odiaba. Ella tenía una enfermedad que no podías ver, pero ella me convenció de que yo estaba enferma. Y que todo fue por mi culpa. Y que soy un monstruo. Ella lo criticó todo. Mi forma de comer. Mi forma de hablar. Mi forma de vestir. Cualquier cosa que me trajera alegría ella me la negaba. Si me defendía, me pegaba. Me aterrorizaba el almuerzo y la cena porque ahí era cuando tenía que enfrentarla. Pasé toda mi infancia sola. Solo jugaba con mis gatos en el jardín. O sentada en el suelo de mi habitación. Me esforzaba mucho para dejar mi cuerpo porque no quería estar en la Tierra. Y ahí es cuando los espíritus y las hadas venían a mí. Incluso la Madre María vino a mí. Nunca les tuve miedo. Me consolaban. Recuerdo que tenía siete años, sentada sola debajo de un árbol, hablando con las hadas. Otra niña pequeña se acercó y me preguntó a qué juego estaba jugando. Fue entonces cuando me di cuenta de que nadie más podía ver lo que estaba viendo. Y ha sido una existencia muy solitaria desde entonces (París, Francia)”.
La interacción social del niño sí está mediada por el vínculo que tiene con sus cuidadores. Restrepo concluye: “la expresión emocional en la cara del cuidador le da una especie de diccionario de las emociones a los bebés”.