Un adulto en la década de 1960 tenía una esperanza de vida de 52 años. Poco, teniendo en cuenta que para el momento actual puede llegar, en promedio, hasta los 73 si es hombre y hasta los 80, si es mujer.
De acuerdo con las tendencias demográficas actuales, registradas por el Dane, Colombia será dentro de poco un territorio con gran parte de su población envejecida. En 2050 uno de cada cuatro colombianos tendrá más de 60 años, lo que significa que el 23 % del total de los habitantes tendrá esa edad o más. En el mundo entero, para ese mismo año, una de cada seis personas tendrá más de 65, representando el 16 % de la población global, según cálculos de la OMS.
Más individuos canosos y de caminar pausado recorrerán las calles, dando vida a lo que la Organización Mundial de las Naciones Unidas llama “una de las transformaciones sociales más significativas del siglo XXI”. La juventud será, conforme pasa el tiempo, una pequeña parte de la sociedad, por lo que la reconfiguración a nivel laboral, educativo, de transporte y ciudad será un imperativo.
Latinoamérica empieza
Japón y Canadá son dos de los países más envejecidos del mundo. En el primero, según el Banco Mundial, el 27 % de la población es mayor de 65 años; en el segundo, el porcentaje alcanza el 17 %. La esperanza de vida entre los humanos ha aumentado gracias a las mejoras en las prácticas de salubridad, cambios en la calidad de los alimentos que suelen consumirse y a la mayor posibilidad de acceso a atención en salud. Por definición, este indicador, entre más optimista sea (es decir, entre más tiempo viva una persona), da cuenta de un mayor bienestar social.
América Latina apenas está iniciando el camino del país asiático y del vecino del norte. Sin embargo, su proceso ha sido distinto, acelerado.
Las razones, ratifica Robinson Cuadros, médico geriatra y secretario general de la Asociación Colombiana de Gerontología y Geriatría (ACGG), son distintas a las que tienen que ver con el desarrollo social. Entre las más relevantes, dice, está la abrupta disminución en las tasas de natalidad −hoy siete de cada 10 jóvenes no desea tener hijos−; también el pasado y el presente violento de la región −que transforma la pirámide poblacional, sobre todo en cuanto a grupos jóvenes− y, finalmente, el auge de la cultura del autocuidado −personas más activas física y mentalmente, con deseos de seguir siendo partícipes de la sociedad−.
El envejecimiento de las sociedades latinoamericanas puede ser tan significativo que implique nuevas reconfiguraciones sociales, perseguir una vitalidad más sostenida en el tiempo, adaptar las ciudades para que sean más amigables e, incluso, apelar por una pensión social universal que garantice una protección económica y subsane el maltrato estructural que ha caído sobre los más viejos.
¿Cómo será su vejez?
La tercera edad puede presentarse para muchos como un estadio indeseado de la vida, asociado a enfermedades crónicas, soledad y falta de oportunidades. Estas ideas no están lejos de la realidad: según el Departamento Nacional de Estadística, para 2021 el 45,5 % de la población adulta mayor había sido diagnosticada con una enfermedad crónica —patologías de larga duración que necesitan tratamientos prolongados—.
Como si esto fuera poco, hay un factor aún más preocupante: de los 21 millones de colombianos que se encontraban, en 2020, en situación de pobreza, cerca de dos millones eran ancianos, es decir, un 28,4 %, hecho que se agudiza en las zonas rurales.
Son varios los retos que los especialistas consideran deben ser tenidos en cuenta para lograr una transición más amena. José Augusto García Navarro, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, partiendo de la experiencia por la que ya pasó su país, señala que debe haber un compromiso en torno a cuatro pilares o grupos de acción.
El primero de ellos tiene que ver con un cambio en la forma como es concebido el envejecimiento. Se trata de cambiar el lente con el que es leída la vejez, apoyar la lucha activa contra la discriminación por edad. “Ser mayor no es algo negativo ni un motivo de preocupación, es un logro”, puntualiza García.
El segundo punto debe estar enfocado, desde los gobiernos, en alcanzar la cobertura sanitaria universal (que ya está presente en varios países europeos) y permitiría el acceso gratuito a la atención primaria en salud y a los servicios de geriatría. Esto último se vincula con el tercer punto, que implica instaurar un sistema de cuidados de larga duración para aquellas personas con dependencia física o mental, que acompañe en los cuidados siguiendo las expectativas y preferencias del adulto mayor y su cuidador.
Finalmente, y como cuarto ítem, está la construcción de entornos y ciudades amigables con la vejez: viviendas adecuadas, espacios públicos que estimulen la convivencia y el mejoramiento del transporte público.