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Bastaron 100 años y una combinación de higiene, agua potable, control de infecciones, menos violencia, innovaciones técnicas y médicas y una mejor administración pública, para que la esperanza de vida en el mundo occidental se duplicara, pasando de los 40 años a los 80.
Las cifras dejan ver que una edad máxima es una idea inexacta porque una y otra vez se supera la que se estima o predice, que hoy está en 122 años para las mujeres y 116 para los hombres. La francesa Jeanne Louise Calment, la persona documentada más longeva de la historia, murió con esa edad en 1997.
¿Nació con esa capacidad de resistir el paso de los años o las condiciones ambientales alargaron su existencia? La cadena de ADN, el material genético que lo hace a usted ser usted, no marca una fecha de caducidad. Al menos desde las nociones modernas de biología evolutiva, la vida (humana) no conoce límites.
Por eso algunos como Bill Maris, fundador y presidente de Google Ventures, creen que envejecer es una enfermedad que se puede combatir. Pero esa es otra historia, la de la obsesión por una vida eterna.
De hecho hay toda una industria detrás. En 1975 el biólogo David Sabatini y sus colegas descubrieron que una molécula desconocida hasta entonces inhibía el crecimiento de algunos tumores, combatía los hongos y evitaba el rechazo de órganos trasplantados. La llamaron rapamicina por haberla hallado en la isla Rapa Nui. Hace diez años, los científicos de Estados Unidos administraron rapamicina a ratones. Y los roedores vivieron el equivalente a una década de vida humana más. Él le dijo al periódico El país: “Fármacos como la rapamicina ayudarán a vivir más de 100 años”.
Esto entusiasma a algunos, en cambio, como lo explora Juan José Millás en Radicales libres, uno de sus relatos que se lee en Anticuentos (Alba Editorial, 2002) les aterroriza la idea de vivir eternamente. “A veces me hablan de proyectos para dentro de un año y me digo qué pereza. Los científicos están empeñados con dar con la fuente de la eterna juventud, de manera que podamos hacer proyectos para el siglo que viene. Qué pereza. Imagínense que se retrase la jubilación hasta los 175, y que no nos morimos hasta los 250... Cuando vivamos 300 años nos meteremos en hipotecas y plazos centenarios. Qué pereza”.
El mundo envejece
De cualquier forma, anticipa Rudi Westendorp, profesor de medicina de la Universidad de Leiden y fundador y director de esa academia en Vitalidad y Envejecimiento, en su libro Cumplir años sin hacerce viejo (Semana libros, 2016): “No podremos prevenir los achaques del cuerpo y de la mente”.
Hoy se comienzan a abrir un montón de opciones en el terreno biomédico y tecnológico para prolongar la vida funcional. La gente cada vez se recupera más fácil de los achaques que vienen después de los 50 años. Pero el envejecimiento sigue llegando. La transición demográfica es innegable.
En el mundo, el número de personas mayores se ha incrementado exponencialmente y Medellín no es la excepción.
“En la ciudad la transición viene siendo de moderada a avanzada. Lo que significa que cada vez hay más personas mayores de 60 años con respecto a los menores de 15 años”, explica Maria Isabel Zuluaga Callejas, docente de la Facultad Nacional de Salud pública y coautora del libro Calidad de vida en la vejez propuesta metodológica y teórica para su caracterización (Udea en coedición con Suramericana, 2019).
Lo que ha estimulado una discusión en los últimos 20 años que se enfoca en la calidad de vida en la vejez. Un asunto que requiere tener en cuenta las condiciones individuales y el contexto en el que se envejece porque “no es lo mismo calidad de vida en Medellín (ver Informe), Bogotá o Madrid”, agrega Zuluaga Callejas.
En la línea de investigación sobre Psicología, sociedad y subjetividades que coordina Zuluaga, ella y sus colegas han encontrado que “la calidad de vida no es solo un concepto, sino que cada quien tiene una concepción propia sobre qué valora y cuál es la forma en la que vive su vida con calidad y bienestar”.
Una de las particularidades del contexto de esta ciudad es que: “Nuestra sociedad no solo cree que puede vivir más tiempo, sino también verse más joven, delgada y bella por más tiempo como una forma de buscar aceptación social. No en vano Medellín es una ciudad de vanidosos que alimenta una creciente industria de estética local”, reflexiona Zuluaga.
Verse bien en la vejez es la prioridad de algunos. Pero la mayoría de los entrevistados por Zuluaga y los coautores del libro, priorizaron conservar la autonomía como una vejez con calidad. Independientemente de si tiene recursos o no, la capacidad para tomar decisiones es muy valorada en lo físico, económico y emocional.
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La flexibilidad suma años
Otro estudio longitudinal publicado el 20 de febrero de 2020 por investigadores de la Universidad Yale, que rastreó a 5.114 personas durante 29 años, también concluyó que el nivel de educación –no la raza, como alguna vez se pensó– predice mejor quién vivirá más tiempo. Cada paso educativo que la gente obtuvo llevó a 1,37 años menos de esperanza de vida perdida, como consecuencia de la muerte de personas jóvenes o de fallecimientos prematuros.
Incluso el informe de Forensis 2018, deja ver que el 37,62 % de las mujeres víctimas de homicidio en Colombia contaban con educación básica secundaria baja, el 36,76 % educación básica primaria y el 12,38 % educación inicial y preescolar. Para los hombres, el 43 % contaban con educación primaria, el 35,28 con educación secundaria o secundaria baja y el 13,70 % con educación inicial y preescolar. De lo que se podría deducir que estudiar lo aleja de una muerte violenta en Colombia.
No obstante, los investigadores de la U.de A. consideran que esos aspectos económicos y educativos por sí solos no explican una mejor vejez.
Westendorp, el médico de Leiden, sostiene que la auténtica respuesta a esto se halla en la propia flexibilidad social y psicológica. Desprenderse y así mismo renovar la mirada sobre la vida es clave, especialmente en la vejez. Elizabeth Bishop lo condensó en un poema: “Pierde algo cada día. Acepta la confusión por las llaves perdidas, la hora en blanco. El arte de perder no es difícil de dominar (...) Perdí dos bellas ciudades. Y algunos vastos reinos que eran míos, dos ríos, un continente. Los añoro, pero no fue un desastre”.
Personas mayores como María Eumelia Galeano Marín, otra de las autoras del libro publicado, dan ejemplo en este sentido. Zuluaga, su coequipera, considera que esta profesora personifica cómo envejecer bien. Tiene 70 años y es un ejemplo desde su experiencia de vida. Los de ella están marcados por una red familiar bien consolidada y auténtica, sumada a su activa vida académica. Es profesora jubilada, participa activamente del grupo de investigación y se mantiene vigente como asesora metodológica.
Justo en esa última fase vulnerable de la vida se necesita una actitud vital del anciano para hacer todavía algo bello de la cotidianidad. Esto incluso sirve para las personas que por cualquier razón no tienen la capacidad de ejercer su propia defensa. Será en ese momento en el que un familiar o un profesional puede ayudarlos a realizar sus deseos y necesidades.
Aquí las mujeres han construido una fortaleza. Porque ellas y ellos no envejecen igual. La expectativa hombres es menor. Zuluaga menciona diversos estudios que demuestran que las redes de apoyo de las mujeres se mantienen por más tiempo que las de los hombres y eso tiene un efecto en más años de vida. Es tiempo de pensar menos en la muerte, tan difícil de predecir, –insisten los expertos– y centrarse en hacer mejor el camino de quienes experimentan sus últimos años de vida.
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