Era más o menos 2010, Karol G estaba en los quince de una prima cuando apareció un reguetonero que cosechaba fama en la ciudad. El hombre, de pelo al rape y ropa ancha, se subió a la pequeña tarima, justo al frente del DJ que animaba la fiesta, y empezó a cantar sus canciones, que ya se escuchaban en las emisoras locales. Las adolescentes enloquecieron y llevaron a Karol hasta el frente para que cantara junto al ídolo, que no era otro que J Balvin. La imagen, recuperada en un video que se hizo viral en redes sociales, es el testimonio de que en la primera década de este siglo una generación —que abría los ojos al mundo tras los años más oscuros del narcoterrorismo— se impulsaba con las ganas de conquistar el mundo desde estas montañas.
No es una exageración. J Balvin fue el primer colombiano en estar entre los diez artistas más escuchados en Spotify y YouTube; luego vinieron otros artistas de estas tierras: Maluma, Karol G y Feid. Para muchos es un milagro. Pero fue la respuesta natural a una ciudad que, para terminar de recuperarse de la violencia de los años 90 y principios de los 2000, se refundó sobre la esperanza de la inversión pública y privada en educación y cultura. No es gratuito que para 2005 desde la Alcaldía municipal empezara la construcción de grandes bibliotecas y colegios, y que becara a miles de ciudadanos para que escribieran libros, grabaran discos y montaran obras de teatro.
Alrededor de la creatividad se ha consolidado una economía, como en el siglo XIX tuvo su esplendor la minería y en el XX el café y la industria; ahora Medellín está viviendo su tercera gran revolución: la ciudad tiene más de mil empresas fuertes en este mercado —otras tres mil despuntan con fuerza—, que generó entre 2023 y 2024 ventas por cuatro billones de pesos, un crecimiento promedio del 7,1 %. Se trata de un tejido empresarial que se articula con instituciones como Ruta N, Comfama, Comfenalco, la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia.
Esa economía de las ideas, la cultura y el entretenimiento llevó a que el departamento registrara en 2023 un incremento superior al 40 % en la llegada de visitantes nacionales e internacionales. Pero no se trata solo de Medellín: hay un flujo constante de visitantes a municipios como Guatapé, Jardín, Jericó y Santa Fe de Antioquia.
MEDELLÍN COMO EPICENTRO DE LA REVOLUCIÓN
La música ha derivado en que Antioquia sea epicentro de productoras de videos musicales y de películas, de estudios de edición y animación en 3D, y de emprendimientos que usan la inteligencia artificial para mejorar productos de entretenimiento. Más allá del producto de vitrina, el reguetón, están los trabajos menos masivos, pero que cambian la industria: el prestigio y el trabajo por los ritmos locales que hacen Codiscos, Discos Fuentes o Merlín Producciones —su proyecto Puerto Candelaria y varias de las composiciones en las que ha participado Juancho Valencia han sido nominadas y ganadores de los Latin Grammy—; o las películas y series que dirigen cineastas como Laura Mora —Matar a Jesús, Los reyes del mundo, Cien años de soledad— y Simón Mesa —hombre detrás de la nueva Un poeta—.
En las cifras de 2023 quedó claro el viraje económico que vive Antioquia: los sectores tradicionales fueron los más golpeados —la construcción cayó un 7,6 % y la industria manufacturera un 7,1 %—, mientras que los servicios financieros y de seguros crecieron un 8,7 % y las actividades artísticas, de entretenimiento y recreación aumentaron un 6,9 %.
Dentro de este panorama, la industria creativa ocupa un lugar central. La música es uno de los motores más visibles de esa transformación: si Medellín fuera un país ocuparía el quinto lugar mundial por más artistas en el top 50 de Spotify. Esa proyección la ha convertido en una ciudad atractiva para vivir, crear y emprender. Su reputación internacional se refleja en indicadores como que Antioquia ya supera a Cartagena en tamaño de mercado de Airbnb, y en determinados periodos la búsqueda de la marca “Medellín” en YouTube ha sido más frecuente que la de Nueva York, al menos en español; no es fortuito que cada tanto la Capital de la Montaña aparezca como una ciudad de moda.
Además, empresas extranjeras han encontrado aquí un centro idóneo para sus operaciones. La compañía estadounidense Bearing AI estableció su sede en la ciudad con más de cincuenta ingenieros de cinco nacionalidades; esta compañía utiliza inteligencia artificial para optimizar las rutas de los grandes barcos de carga del mundo. Los inversionistas franceses que compraron Imusa permanecieron en Girardota y abrieron un centro de servicios para coordinar las filiales del grupo entre Colombia y México. Algo similar sucede con Poma, la empresa francesa encargada del mantenimiento de los metrocables, que desde aquí atiende sus proyectos en Colombia y América Latina.
El dinamismo no se limita al ámbito industrial o tecnológico. Desde Medellín han florecido empresas creativas que exportan talento y conocimiento a distintos países. La firma HMV, por ejemplo, vende servicios de ingeniería civil y eléctrica por más de veinticinco millones de dólares, mientras que Double C, con ingeniería colombiana, diseña y construye viviendas de alto desempeño en el sur de la Florida.
Las nuevas generaciones de Medellín han sacado a relucir ese ADN de emprendedores que ha caracterizado a su gente y con las nuevas tecnologías han creado todo tipo de emprendimientos exitosos que hoy están en varios países del continente: desde Alsec, que produce alimento en polvo y probablemente será proveedor de comida para el viaje de la NASA a Marte en 2030; pasando por el desarrollador de superbaterías considerado un nuevo unicornio colombiano, hasta un puñado de jóvenes de menos de treinta años que han creado plataformas para ahorrar hasta la mitad del tiempo que gastan los médicos en escribir informes o les ayudan a revisar los protocolos, o llevan especialistas vía telemedicina a los lugares más apartados de Antioquia.
Lo que está pasando en Medellín en materia de emprendimientos con nuevas tecnologías ocurre casi en silencio, pero es realmente vibrante.
Volvamos al reguetón. Hace ocho años se consolidaron en la región los campamentos de composición, pues, con el auge del reguetón paisa —que ahora puede ser la cuna del pop moderno latinoamericano—, los productores y las casas discográficas querían el toque secreto de las canciones que nacían en la Capital de la Montaña. Los campamentos consisten en una estrategia básica: reunir en una finca a un puñado de músicos y letristas, genios detrás de canciones con reproducciones que se cuentan por miles de millones en YouTube y Spotify, para que, en no más de una semana, compongan diez, veinte o treinta canciones y graben una maqueta —versión muy básica— para presentarla a artistas de gran talla como Alejandro Sanz, Shakira, Carlos Vives, Luis Fonsi, Andrés Cepeda y, por supuesto, a los reguetoneros de todo el continente.
Esa estrategia ha puesto a Medellín, soterradamente, en los focos de los empresarios musicales más importantes del mundo; quizá se puede comparar con lo que ocasiona Max Martin para la industria del pop gringo, un sueco que está detrás del éxito de Britney Spears, NSYNC, los Backstreet Boys, Katy Perry y otros. Pero no se trata solamente de un fetiche de los productores: se trata de que hay allí un verdadero pilar económico de Antioquia, pues las regalías que dejan estas canciones a compositores, músicos y cantantes se cuentan por millones de dólares, que terminan en inversiones locales como hoteles, restaurantes y entretenimiento.
Después de la pandemia, y con las calles de la ciudad mencionadas en canciones famosas o apareciendo en documentales y películas de Netflix —en un caso similar a lo que pasa con Nueva York, París, Buenos Aires o Madrid—, se volvió común encontrar extranjeros por doquier, y no solo de visita, viviendo aquí, aprovechando las bondades del trabajo virtual. Medellín tiene cerca de cien mil nómadas digitales al año, según Nomad List, que llegan por el clima primaveral, el cambio fuerte de dólares y euros a pesos, y por una movida de entretenimiento y cultura que les parece envidiable.
Todo esto ha redundado en que Medellín se consolide como la ciudad colombiana que más exporta servicios, según el estudio Antioquia emergente, hecho por Comfama, EAFIT y Proantioquia. Por otro lado, el informe evidencia la expansión de un modelo exportador basado en nichos de alto valor, conocido como long tail.
Ahora Antioquia no compite por volumen ni por materias primas, sino por productos especializados con ventajas comparativas claras. Por ejemplo, la empresa Capiro adapta genéticamente sus flores según las tendencias de color en Estados Unidos; una empresa de aguacates suple el mercado del sur de ese país cuando México no produce; New Stetic exporta dientes acrílicos a decenas de destinos; las compañías bananeras diversifican con snacks de patacón, y Sofasa identifica oportunidades para exportar vehículos eléctricos a México. En total, el departamento tiene ventajas competitivas en ciento ochenta productos frente al mundo y en 236 frente a la región, y unas doscientas empresas podrían abrir mercado en México gracias a su base industrial consolidada.
Hablar del reguetón de Medellín es hablar de una ciudad que, después de crear algunas de las empresas más grandes del país —Argos, Sura, Nutresa, Bancolombia—, después de vencer la violencia del narcoterrorismo, encontró una nueva manera de resurgir, y se convirtió en una de las ciudades intermedias más apetecidas de Latinoamérica, donde se hace la música más pegajosa, donde trabajan los directores de cine jóvenes que sorprenden al mundo, donde encuentran base las empresas tecnológicas y de inteligencia artificial. Una ciudad que tiene motor para otros 350 años de historia.