Por cada 1.000 nacidos vivos en Antioquia más de 102 bebés llegan al mundo pesando menos de 2.500 gramos. Les toca desde el minuto cero remar contracorriente.
En el último lustro la tasa de nacimientos con bajo peso al nacer en el departamento y, en general, el país no había tenido cambios significativos, ni para bien ni para mal, pero la pandemia intensificó los determinantes sociales y agravó un problema de salud pública que endeuda seriamente el bienestar de la población y el desarrollo del país.
Los factores que pueden incidir para que un bebé nazca con bajo de peso son múltiples, de acuerdo con Nelly Castillejo, docente de la Universidad CES y líder del semillero de Nutrición Materno-Infantil. Uno con prevalencia histórica en el país es el embarazo adolescente que conlleva un alto riesgo de parto prematuro pues la madre generalmente no tiene las condiciones en su organismo, en pleno desarrollo, para garantizar el correcto término una gestación.
También repercute la malnutrición en mujeres en etapa reproductiva. Por un lado, por exceso y malos hábitos alimenticios que causan obesidad y con ello comorbilidades como hipertensión, diabetes o problemas cardiovasculares que propician riesgos gestacionales y partos prematuros.
Según los resultados del Perfil Alimentario y Nutricional de Antioquia 2019, el 58% de la población adulta sufre de sobrepeso. Y aunque la investigadora señala que es un problema ampliamente diagnosticado, al igual que sus impactos al sistema de salud lamenta que el país, todavía no ha tomado acciones de fondo para abordarlo.
Por otro lado, está la malnutrición por déficit, que mezcla falta de educación nutricional para lograr una dieta equilibrada y, sobre todo, carencias. La insuficiencia en la dieta de las mujeres de alimentos fundamentales que garanticen la provisión de proteínas, vitaminas y minerales hereda al bebé deficiencias difíciles de compensar.
Las barreras para lograr una alimentación adecuada se extendieron por barrios, cabeceras municipales y veredas durante la pandemia. En la capital antioqueña, por ejemplo, según el Informe de Medellín Cómo Vamos, el 22% de las personas afirmaron que alguno de los integrantes de su hogar comió menos de las tres comidas diarias por falta de alimentos, afectando particularmente a las zonas nororiental y centroriental de la ciudad.
Juan Carlos Burgos, nutricionista de la Fundación Éxito, señala que una vez los hogares entran en situaciones económicamente frágiles se ven obligados a descartar paulatinamente alimentos esenciales que dejan grandes vacíos nutricionales. Ocurre con la proteína animal: res, pollo, cerdo, leche, hoy con precios por las nubes y que normalmente –anota– se supliría con ingesta huevos, también hoy inaccesibles para muchas familias.
Entonces la prioridad cambia y en lugar de buscar dietas que suplan las necesidades de cada miembro del hogar el objetivo se centra en encontrar alimentos que mitiguen la sensación de hambre. Esa es la realidad, sentencia Burgos, con la que han convivido millones de colombianos y particularmente embarazadas, mujeres con jefatura de hogar y niños, muchos de ellos nacidos en pandemia.
Y es que el país no parece dimensionar todavía las profundas huellas que deja en la población la falta de acceso a alimentos y la forma en la que compromete el capital humano de la Nación.
Pero hay un antecedente que basta para ilustrarlo. Entre los colombianos nacidos entre 1970 y 1974 la talla respecto a los nacidos en el quinquenio anterior se redujo 0,09 centímetros en los hombres y 0,13 cm en las mujeres. En un siglo de progresión sostenida en la talla de los colombianos, como indicador de desarrollo social y económico, no existe ningún otro retroceso como este, el cual coincidió con un aumento del 71 % de los precios relativos de los alimentos (este párrafo puede extraerse como un para saber más).