En San Antonio de Prado, un grupo de ciudadanos cuida una quebrada como si fuera un tesoro para evitar que se contamine, mientras en Guayabal, una unidad residencial tiene ecohuerta y hace reciclaje, al tiempo que un grupo de mujeres de Palmitas hace artesanías con llantas de vehículos.
Todas, aunque parezcan obras pequeñas, constituyen aportes al medio ambiente y al proyecto de Ecociudad que tiene la actual administración. Por eso, esta las apoya con recursos del presupuesto participativo, la modalidad de inversión en la cual las comunidades eligen en qué invertir dineros destinados a obras en sus territorios.
El presente año son 80 proyectos de corte ambiental los que se están ejecutando en distintas zonas de Medellín, y los mencionados son solo una muestra de lo que pueden hacer las comunidades.
Ana Marina Lopera, la líder de San Antonio de Prado que trabaja con varias personas del sector en el proyecto El Corazón de la Chorrera, un afluente que cruza los bosques de la zona y desemboca en la quebrada La María, señala que esta corriente es la memoria de su territorio: “A partir de la memoria histórica que tienen los habitantes del barrio, es que se puede desarrollar un diálogo generacional en el que nos reconozcamos todos”.