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Hernán ‘murió’ cuando una golpiza lo dejó invidente

Ocurrió tras un altercado con unos vecinos, hecho del cual instauró una denuncia penal. Su pasión era leer y ya siente que la vida perdió el sentido.

  • Aunque vive encerrado en su casa del barrio La Colina, Hernán Darío Castrillón siente que lo mataron el día que en medio de una golpiza lo dejaron ciego. Ya no podrá leer, que era su pasión cuando gozaba de su plena visión ya jubilado. FOTO ESNÉYDER GUTIÉRREZ
    Aunque vive encerrado en su casa del barrio La Colina, Hernán Darío Castrillón siente que lo mataron el día que en medio de una golpiza lo dejaron ciego. Ya no podrá leer, que era su pasión cuando gozaba de su plena visión ya jubilado. FOTO ESNÉYDER GUTIÉRREZ
14 de agosto de 2022
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Hernán Darío Castrillón ha muerto. Lo mataron hace un mes, el domingo 10 de julio en la madrugada, cuando el sol, ese día radiante, apenas empezaba a colarse por el ventanal de su pieza. Pero su vida aún está en la tierra. Acá respira, siente el ruido de la lluvia, oye las palabras de cariño eterno de su madre, disfruta el olor del café en los amaneceres y tardes y se abraza a sus hermanos. Le corre sangre por las venas, pero no está vivo.

Su “muerte” empezó a “maquinarse” la noche del sábado 9, cuando en una casa vecina a la suya se realizaba una fiesta a todo dar: música a alto volumen, licor, risas y todo lo que encierra una rumba barrial. Pero Hernán “era” un lector voraz o empedernido y necesitaba atención y concentración para una buena lectura esa noche. Para él, leer era el momento de mayor misticismo de su vida, cada libro significaba casi una cita con Dios. Y esa noche la bulla no lo dejaba. Leía La Montaña Mágica, la célebre novela del alemán Thomas Mann. Iba a iniciar el Capítulo 7.

Ante la adversa situación, llamó a la Policía, pero esta nunca llegó. Entonces decidió actuar por sí solo. Salió al balcón de su casa en el barrio La Colina, una casa de dos plantas con unas escalas internas que conducen directo a su habitación, que es más una biblioteca que una pieza. Allí se puso a grabar video de la fiesta con la intención de tener registro del alto ruido que generan las fiestas de su cuadra.

Pero en vez de una merma al volumen, lo que obtuvo fue insultos. “Hp, Olafo el amargado... está bueno para pasarlo al polo”, fueron las palabras que le habría dicho el vecino, tal como reza en la denuncia que por el “crimen” se interpuso ante la Fiscalía.

Con las fotos en el celular y el sinsabor de no poder seguir su lectura, decidió acostarse a dormir a pesar del bullicio. Pero su paz fue interrumpida por unos golpes fuertes en la puerta a las 7:00 de la mañana del domingo. En otras habitaciones dormían su madre, de 88 años, y un hermano que estaba de visita. Estos no se percataron de la situación y quien salió a abrir fue Hernán. Al primer golpe de luz no vio a nadie, pero casi al instante le llegaron un hombre y dos mujeres que además de insultos, lo agredieron a golpes. Se trataba del mismo vecino de la fiesta, acompañado de su esposa y la cuñada. En el expediente judicial están con nombres propios sus agresores. “Hp, gonorrea, malparido, te vamos matar”, dice en la demanda.

Lo que vino después fue un ataque sin piedad a un hombre en indefensión, de 67 años, jubilado y quien en el forcejeo perdió sus dos chanclas y quedó descalzo. Los primeros golpes fueron en los ojos, quedó ciego, y entonces no tuvo capacidad de responder. Luego vinieron golpes en su cabeza, la nariz, las orejas y en general en el rostro. La denuncia penal incluye las fotos de cómo quedó. Las imágenes muestran en vez de ojos, dos protuberancias, y en su cara y cabeza hay moretones. La “vida” se apagó cuando “estallaron sus ojos”.

La Montaña Mágica...

A lo largo de su vida fue educador. Su sueño era jubilarse para poder dedicarse a leer y escribir, que eran sus mayores pasiones. Desde su “muerte”, Hernán habla de lo que era su vida: “Al jubilarme había cumplido mi sueño de poder leer todos los días. Vivía feliz cuidando a mi vieja, sacaba tiempo para la lectura, para escribir y para salir a trotar o a caminar en las noches. Pero eso fue hasta que me mataron”.

Cuenta que con el vecino al que sindica de la agresión siempre hubo malestar. Su familia, con cinco hermanos vivos, y su madre, llegó a La Colina en 1994 procedente de un barrio menos bullicioso, La América. “Desde el inicio notamos la bulla de por acá”, afirma uno de sus familiares.

Pese a tantos años, nunca se llegó a los extremos de una agresión física. Solo mala vibra y uno que otro reclamo. No más. Fue sorpresivo el ataque para él y su familia.

A Hernán lo auxilió un motociclista que al ver la situación les habría dicho a los agresores que “ojo, que van a matar a este señor”, lo que los habría hecho alejarse. El mismo auxiliador y salvador ayudó a Hernán a entrar a su casa, donde fue atendido por su anciana madre y su hermano y fue llevado a urgencias de la Clínica León XIII.

Luego de una cirugía de ojos tras sentir que se le estallaron con los golpes, ahora no puede ver. Solo de soslayo logra distinguir intermitentes rayos de sombra o luz. Lo dejaron ciego, “y ahí prácticamente me mataron, no quiero vivir”, dice un mes después, en su habitación que es también biblioteca, rodeado de libros, un televisor y los objetos comunes de una pieza.

Allí vive su “muerte”. Antes cuidaba a su madre y ahora es ella quien le ayuda: le ubica los objetos, le sirve el café, le pone la ropa a disposición y sobre todo le da alientos de vivir, para que deje esa depresión profunda en la que está y aprenda a vivir a pesar de “estar muerto”. Los otros hermanos han llegado al hogar a auxiliarlo, lo que le añade un agravio más a su “estar muerto”, pues cada uno tiene vida propia y todas se han visto alteradas por su situación.

La esperanza de que vuelva a ver, dicen en la casa, es muy remota. La Montaña Mágica está ahí, sobre la mesa de noche, con el separador en el Capítulo VII, que marca el final de la historia: “Paseo por la arena: ¿Puede narrarse el tiempo, el tiempo en sí mismo, como tal y en sí? No, eso sería en verdad una loca empresa. Una narración en la cual se diría: “El tiempo pasaba, resbalaba, el tiempo seguía su curso”. Y Hernán ciego y “muerto” se perdió esta maravilla.

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