Bien podría decirse que San Sebastián de Palmitas no tiene quien le escriba. O por los menos, así fue durante 20 años. Este terruño, en el que sobrevivieron los últimos arrieros de Medellín, esperó con la paciencia del Coronel la carta que confirmara la construcción de un trapiche panelero comunitario, para que los campesinos no tuvieran que entregar la mitad de su producción como pago en las molinos particulares.
El proyecto mutó, tomó ribetes de complejo agroindustrial y se ahogó entre carpetas, sellos y papeles en los escritorios de la Alpujarra. Mientras tanto, en esta comuna, la de menos habitantes en la gran capital (6.687 personas en 2016) y la única que no queda situada en el Valle de Aburrá, la promesa del proyecto que construiría la alcaldía brotó en forma de semillas de caña.
Aycardo Arroyave, edil de Palmitas, cuenta que hace 30 años tenían 140 hectáreas sembradas y operaban 18 trapiches privados.
“Antes de que el túnel (de Occidente) se inaugurara (en 2006) había caña en toda esta zona”, recuerda Arroyave, señalando el cañón en la vereda La Aldea, donde los sembrados de hortalizas cubren la montaña como una colcha de retazos. Incluso, añade el edil, cada semana salían dos camiones repletos de bolsas de panela para venderlas en Sopetrán (occidente).
Las trabas burocráticas, las liquidaciones de contratos y los estudios técnicos durante seis alcaldías minaron el ímpetu de los campesinos que se cansaron de esperar que llegara la carta con el membrete de la alcaldía de turno y mejor sembraron café, cebolla y cilantro y otras verduras.
“Fedepanela nos entregó semilla, yo sembré toda la falda con caña”, cuenta Blanca Lilliam Bedoya, una campesina que nació en Palmitas cuando el general Rojas Pinilla llevaba un año en el poder.
“Muchos sembramos esperando el trapiche pero la gente se desanimó rápido. Yo nunca tiré la toalla porque también sembré esperanza”, añade, con la rula en la mano y la vista en la carretera que pasa al frente de su casa. La ilusión no se come, pero alimenta, decía el Coronel en la obra de Gabriel García Márquez.
Camino de arrieros
El corregimiento fue fundado en 1742 con el nombre de San Sebastián de la Aldea. Luego fue conocido como Palmitas en alusión a la cantidad de palmas de cera que crecía en su territorio.
Fue el paso obligado de colonos y arrieros que transitaban entre Santa Fe de Antioquia y Medellín, antigua y actual capital del departamento.
Es corregimiento desde 1963, justo cuando Blanca Lilliam tenía nueve años y sus abuelos utilizaban molinos verticales, movidos por mulas, para extraer el guarapo.
“La caña y el café mandaban la parada”, cuenta Bedoya. Aún hoy, de los 520 productores de café registrados en Medellín, 320 están en Palmitas.
En ese entonces y aún ahora, los dueños de los molinos, que después reemplazaron mulas por motores eléctricos, cobran la mitad de la producción. Es decir, si de la molienda salen dos bolsas de panela —unos 48 kilos—, al cañicultor solo le quedan 24 kilos.
Por eso las organizaciones sociales en San Sebastián de Palmitas pidieron a la alcaldía un trapiche comunitario que socializara los costos de producción y aumentara la rentabilidad de cada molienda.
Arroyave estima que, máximo, la Asociación de Paneleros de Palmitas, organización que administrará el trapiche en comodato, cobrará el 20 % de cada producción.
Durante la larga espera de la carta, las 140 hectáreas cultivadas con caña pasaron a 70 y de los 18 trapiches solo quedaron tres, según Arroyave.
“Los precios de la panela bajaron mucho, ya no hay donde vender tampoco. Mejor dejaron perder la caña”, dice Carlos Enrique Correa, un campesino nacido en Palmitas 74 calendarios atrás.
Nunca es demasiado tarde para nada, insistía el Coronel.
Llegó el cartero
A marcha forzada, con la obligación de recuperar el tiempo perdido, el proyecto revivió.
“Ha faltado voluntad política. Es inaudito que una ciudad innovadora como Medellín se demore 20 años en una obra tan pequeña”, reclama Arroyave.
El mejor desagravio para la comunidad es entregar la obra, responde Juan Alberto Vásquez, subsecretario de Desarrollo Rural de Medellín. Dice que cada administración tuvo “diferentes sueños” con el proyecto, incluso fue pensado como una agroindustria por el gobierno pasado, pero, sostiene, tuvieron “tropiezos”. “Más que un mea culpa, es nuestro compromiso responderle a la comunidad por un retraso muy grande”, reconoce.
Este mes, con estudios, diseños y licenciamientos listos, comenzó la construcción del trapiche, con un costo de $2.700 millones, el 0,05 % del presupuesto municipal para la vigencia fiscal de 2019.
La construcción tardará cuatro meses, a partir de la firma del acta de inicio que data del pasado 12 de marzo, lo que supone que el trapiche sea entregado en agosto.
A la par, añade Vásquez, se dotará el espacio con equipos requeridos, contrato adicional por $1.400 millones.
La nueva promesa es que la obra vendrá acompañada de capacitación técnica, promoción de nuevos cultivos de caña, mejoramiento de los sembrados y acompañamiento en la comercialización y gestión del producto final.
Juan Camilo Builes, subgerente de ejecución de proyectos de la EDU, dice que el lote intervenido será de 500 metros cuadrados con dos niveles y que incluirá un establo para alojar las mulas que transportan la panela.
Explica que el trapiche será de tecnología Cimpa, es decir, con las características previstas por el Centro de Investigaciones para el Mejoramiento de la Agroindustria Panelera, con la capacidad para procesar hasta 100 kilos diarios de caña. Dijo que el trapiche se adecuará como espacio turístico, con corredores para que los viajeros que se desplazan hacia el occidente y Urabá, aprecien el trabajo.
En busca del tiempo perdido
Para Aycardo Arroyave será difícil recuperar el tiempo perdido en 20 años. Considera que la deuda de la ciudad con la zona rural es histórica. Pese a ello, cuenta que la asociación panelera del corregimiento ha recibido 19 solicitudes de ingreso y 12 pedidos para sembrar caña.
Gustavo Castañeda Blandón, integrante de la Asociación de Ediles de los corregimientos de Medellín y actual presidente de la Junta Administradora Local de Palmitas, cuenta que el próximo viernes será la socialización del proyecto en la sede de Asopanespal, para que los campesinos resuelvan sus preguntas.
“Faltó voluntad política. A la dirigencia de Palmitas también le faltó conocimiento, hubo fallas de lado y lado pero el porcentaje mayor fue de la alcaldía que se durmió con el tema. Ya toca aceptar las cosas y mirar hacia adelante”, afirma. Aún con el contrato firmado la gente es incrédula, cuenta Castañeda. “Propios y extraños se aterran de que el proyecto se haya demorado tanto, es algo que no tiene razón de ser”, opinó.
Parte del plan para recuperar el tiempo perdido es un programa de pasantías para que campesinos de Palmitas vayan a otros trapiches comunitarios modernos que están exportando panela, como los de Cañasgordas, y se les pueda sacar provecho a los 17 derivados que salen de la caña.
“Apenas la gente vea que se está haciendo el trapiche, se animará para recuperar todo este tiempo. Eso es lo que esperamos”, dijo.
Blanca Lilliam sueña con mejorar la calidad de su panela, con dotarla de valor agregado para que valga la pena caminar la loma, de arriba abajo, con sus 65 años a cuestas.
“Si esta vez no funciona se me enterraría la moral”, dice.
El Coronel solía responder: El que espera lo mucho también espera lo poco .
2.700
millones de pesos cuesta la obra civil del nuevo trapiche que se construirá en Palmitas.
7.819
personas del corregimiento se beneficiarán con la construcción del trapiche.
6.687
habitantes tiene Palmitas (2016), 3.447 más que la población que tenía en 2005.