Por la pandemia, el ritmo de las grandes ciudades cambió completamente: la cantidad de tráfico en las calles, la movilidad de las personas, el tapabocas, el pico y cédula y los toques de queda fueron algunas de “las innovaciones” que pasaron a ser parte de la normalidad. También aparecieron lavabos, acompañados de antibacterial y alcohol, en medio de las calles y al ingreso de los comercios. Pero, ¿qué pasó en los pequeños municipios en los que la realidad solía ser menos agitada? ¿Cómo se transformó la vida con la llegada de un virus que al principio generó dudas y escepticismo?
Concepción es uno de los municipios de Antioquia que con la llegada del coronavirus ha presenciado cambios en todos sus sectores. Hoy, el hospital se encuentra paradójicamente renovado, los comercios usan bicicletas para hacer los domicilios, la iglesia recibe entre cadenas a sus feligreses, y el turismo, tan anhelado previo a la pandemia, está casi fuera de control por la llegada masiva de visitantes.
Este no era el panorama de “La Concha” hace varios meses. En marzo de 2020, en una de sus casas de tapia, pudo haber una señora vieja, con dos hijos o más, a quienes les servía el desayuno, el almuerzo o la cena.
Más que preocupada, como el personaje desencadenador del cuento “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”, de Gabriel García Márquez, el rostro de la mujer migraría de la quietud apacible a la sorpresa: el alcalde indicó que el pueblo de las puertas abiertas tendría que entrar en cuarentena. Desde entonces, han corrido más de nueve meses, y los cambios no han pasado desapercibidos.
Nueva normalidad
A pesar de la novedad que representó el virus, el rumor sobre que algo grave sucedería no prosperó en este pueblo. Diana Ríos, directora Local de Salud, narra que buena parte de los concepcioninos asimiló la llegada del covid-19 de manera positiva, ya que hubo constancia y articulación por parte de todos los sectores. Sin embargo, agrega que para afrontar la pandemia el hospital local José María Córdova tuvo que potenciar sus capacidades logísticas y humanas. De lo contrario, el panorama hoy sería diferente (ver Paréntesis).
El comercio también tuvo que caminar por rutas desconocidas. En un poblado en el que las tiendas y mercados se encuentran relativamente cerca, migrar a los domicilios fue toda una innovación.
Al respecto, Luz Dary Suárez, comerciante del municipio, relata que la realidad cambió de forma exagerada. La cantidad de personas que llaman a diario y la logística que hay que desplegar para prestar sus servicios a domicilio los ha desbordado. Incluso, se vieron en la necesidad de contratar personal y adquirir una bicicleta para hacer las entregas.
Por su parte, la iglesia La Inmaculada Concepción cerró sus puertas como un castillo cualquiera que se protege de los más peligrosos invasores. Ahora los turistas se encuentran con una imagen que para “los conchudos” tampoco era habitual: una cadena custodia los accesos del templo y el altar, y algunas sillas están deshabilitadas.
Durante varios meses, la Virgen del Carmen, San Francisco, el Señor de la Misericordia y otros santos presenciaron una imagen desoladora: los sacerdotes celebraban la eucaristía con la iglesia completamente vacía.
Guillermo Montoya, sacerdote del lugar, también indica que el sostenimiento económico de la parroquia y la labor pastoral se vieron afectadas. Como otros sectores, tuvieron que incursionar en internet, y así ampliar la cobertura evangelizadora que les permitía la radio.
A la nueva normalidad de La Concha se sumó el flujo masivo de visitantes provenientes del Aburrá y otras regiones. Paola Suárez, auxiliar de la flota de transporte Sotrasanvicente y Guatapé La Piedra en Concepción, expone que todos los días arriban foráneos a la localidad. Considera que el aumento de turistas responde a la necesidad de encontrar lugares libres de contaminación y estrés, para descansar en medio de la actual pandemia. Además, precisa que la normatividad en estos territorios es menos rígida.