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A Rancho Viejo, la finca donde el campesino Édgar Correa vive con su familia, arribaron en marzo pasado los nuevos paneles solares que viajaron más de 15 mil kilómetros desde China hasta las huertas del corregimiento de San Cristóbal, en el occidente de Medellín.
Llegaron, luego de un proyecto público que inició a mediados del 2019, para aportar con energías renovables en la iluminación nocturna que requieren cierto tipo de flores que se producen allí y que son comercializadas en plazas de mercado de la capital antioqueña y de otras ciudades del país.
“Era la primera vez que escuchaba de paneles solares, nunca nos imaginamos que nos iban a tener en cuenta y que la energía del sol servía para eso. Aquí cultivamos lo que llaman el impérico - o cafeto - que son flores de follaje que sirven para ramos y que requieren de iluminación nocturna todos los días”, cuenta el hombre de 45 años que trabaja con flores desde que salió del colegio hace casi tres décadas.
De los cerca de 200 bombillos que tiene instalados en su parcela para controlar el crecimiento de las flores, ahora Édgar y su familia tienen 90 que se alimentan de los paneles solares. El ahorro en las facturas de energía lo calcula en un 40 % y ha representado cerca de $90.000 mensuales.
La materialización del proyecto llegó además en un momento complejo para el gremio. Édgar, como muchos productores de San Cristóbal, tuvieron que recolectar sus producciones y desechar las flores porque no tenían compradores:
“Estuvimos siete semanas donde tuvimos que botar la flor. Fue un momento muy duro y se perdió mucha producción porque todo estaba cerrado, pero ahora por fortuna se ha estado normalizando”, contó.
Además de los impéricos que son flores con una frutica roja o blanca similar a la cereza del café, Édgar y su familia cultivan Gypsophila, también utilizada como follaje y muy popular en matrimonios y primeras comuniones. Tres veces por semana dejan parte de su producción en la Plaza de La América y la Placita de Flórez.
Juliana Colorado, subsecretaria Desarrollo Rural de Medellín, celebró que el proyecto va en la misma vía con el propósito del Municipio de ecociudad y con vincular la tecnología al desarrollo social y económico del campo.
“El objetivo primordial es que se disminuyan los costos de producción y que represente un cambio monetario significativo para nuestros productores rurales. Nuestros corregimientos están muy desconectados y aislados, no solo en energías limpias, sino en conectividad y allí tenemos una deuda histórica por lo que la idea es que se extienda a otros corregimientos”, dijo.
Los sistemas fotovoltaicos instalados están diseñados para iluminar 1.000 metros cuadrados, cada uno con 90 bombillos LED, de 4.5 vatios.
David Beltrán, ingeniero electricista de la Subgerencia de Ejecución de Proyectos de la EDU, explicó que cada campesino recibió tres paneles solares, cada uno de 360 vatios, los cuales generan energía eléctrica y se almacenan en un banco de batería para que se pueda aprovechar en las horas de la noche.
De manera automática las bombillas se encienden de manera ininterrumpida entre las 9:00 de la noche y las 3:00 de la mañana y los campesinos solo deben garantizar que no caigan hojas o basura a los paneles para que no se afecte la captación de energía.
Los paneles fueron importados de China, tienen capacidad para desarrollar una autonomía de dos días con baja radiación y tienen una vida útil de 25 años.
Cada instalación completa por finca (paneles, inversores, controladores) costó alrededor de $16 millones, con lo que la suma total invertida con recursos públicos fue de cerca de $790 millones.
Tulio Torres (63 años), don Tulio, se resguarda del Sol en el techo de los paneles solares y saborea un café caliente mientras contempla su cultivo de pompones.
El hombre mira los invernaderos y siembra una frase categórica que rara vez se marchita: “hacer lo que a uno le gusta es muy bueno”.
La mitad de su parcela La Florida, también en la vereda San José de la Montaña, hoy se ilumina con energía derivada de los paneles solares y la otra mitad con energía convencional que le suma en la factura de servicios públicos.
“Conforme me dejaron la instalación de los paneles así sigue, no les hemos hecho ningún cambio y gracias a Dios nos ha ido muy bien. Ya sacamos algo de cosecha con luz de los paneles y seguimos sacando semanalmente”, dice el hombre que vive de sembrar flores, en su parcela desde principios de los años 90.
La producción de pompones o crisantemos (blancos y amarillos) que saca la familia Torres Ortiz se la venden a proveedores que las comercializan en la Costa Atlántica.
Al otro lado de San Cristóbal, más cerca de la centralidad y de la nueva vía al mar, está la vereda El Llano donde se encuentra la casa y la huerta de Luz Marina Correa.
Ella y su familia, junto a otras tres de la vereda, salieron beneficiados en un momento complicado para los floricultores por los coletazos financieros de la covid-19.
Cuando llegaron a instalar los paneles del Municipio todo lo que se veía en la parcela eran flores, pero tuvieron que cambiar y diversificar con legumbres mientras pasan las afectaciones comerciales por la pandemia.
“Todo lo teníamos en pompones y fully, pero desafortunadamente hubo que mocharlos y tirarlos a la zanja, como se dice, porque a quién se los íbamos a vender, si todo el mundo estaba encerrado”, cuenta la mujer.
Para no dejar de sembrar las flores que han vendido tradicionalmente en la Placita de Flórez, la familia dejó una porción de la parcela con solidago (o vara de oro), plantas que continúan iluminando en las noches con la ayuda de los nuevos paneles solares.
“Yo me asusté cuando me dijeron que habíamos resultado favorecidos con el tema de los paneles, porque no sabía nada de cómo funcionaba. Parece hasta mentira que salga energía de ahí “.
A falta de flores para vender por la coyuntura, Luz Marina se las ingenia con legumbres, aromáticas (romero, ruda, hierbabuena, menta) y un vivero improvisado con suculentas y más plantas pequeñas que poco a poco se ha ido expandiendo y apropiando de la casa.
Las 49 familias beneficiadas, explicó la EDU (ejecutora del proyecto) corresponden a las veredas San José de La Montaña, Boquerón, El Llano, El Patio, El Uvito, La Cuchilla, La Palma, Las Playas y Naranjal. Tanto la instalación como el funcionamiento no tienen costo, pero los campesinos deberán asumir el costo de las baterías cuando caduquen que estiman sea en un periodo de cuatro años. .
Más periodista que comunicador social. Apasionado por la lectura, la escritura y la historia. Enfermo por los deportes e inmerso en el mundo digital.