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Para superar la crisis de hacinamiento, ¿crear más cárceles o trabajar la mente del criminal?

El Dr. Fleet Maull, considerado embajador de paz en prisiones del mundo, visitó Antioquia. Dijo que el modelo de castigo que plantea la justicia no sirve y es negocio. Estas son sus reflexiones.

  • Maull fue invitado al país por la fundación Interna.mente para lanzar el programa Caminantes de Libertad. Conversó con internos de la cárcel de Envigado. FOTO Julio César Herrera
    Maull fue invitado al país por la fundación Interna.mente para lanzar el programa Caminantes de Libertad. Conversó con internos de la cárcel de Envigado. FOTO Julio César Herrera
06 de febrero de 2019
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Vivió el infierno en carne propia. Suspira y, con la frente en alto, advierte que es un sobreviviente. Estar en prisión es la muerte a gotas de una parte del ser. La otra, en el encierro, recoge el odio y se carga de venganza.

Fleet Maull pensó que moriría cuando fue condenado por tráfico de drogas en 1985. Tres décadas privado de la libertad, lejos de su pequeño hijo. En un penal de máxima seguridad en Estados Unidos, y a los 35 años, sería insostenible.

La promesa de una rebaja de pena a 14 años por buen comportamiento, trabajo y estudio fue aliciente. Ya tenía estudio profesional de Sicología y dedicó el tiempo en prisión a la docencia. Otro tanto a labores humanitarias con convictos enfermos. Encontró su vacación. Volvió a nacer.

Es un convencido de que la verdadera libertad está en la mente. Y se liberó. Con la meditación y una técnica de atención plena e inteligencia emocional, Maull resistió y se transformó. Dejó su adicción a las drogas y al alcohol. Decidió dedicar su vida a ayudar a presos del mundo.

A su paso por Colombia, donde visitó Bogotá, Manizales y Medellín, este sicólogo norteamericano conocido como embajador de paz en prisiones plasmó un mensaje de humanización en los centros de reclusión e hizo recomendaciones para superar la crisis por el hacinamiento en penales como Bellavista.

Fue invitado por la fundación Interna.mente que con el Instituto Prison Mindfulness realizan el evento Innovación Social en cárceles del país para lanzar Caminantes de Libertad, programa que, dicen sus promotores, ha logrado cambios en reclusos y trabajadores de 86 penales del mundo.

¿Cómo fue su reencuentro con el mundo exterior?

“Cuando salí el mundo había cambiado mucho en 14 años. El primero fue difícil. Seguí preparándome, tengo mucha resiliencia y poder sobre mis emociones. Felizmente he tenido oportunidades. Cuando salí me dieron un puesto como profesor en una universidad de Colorado, donde había conseguido mi grado. Estuve 10 años y pude dar conferencias en Sociología, viajar por el mundo. Estoy muy ligado a dos comunidades budistas”.

Sigue habiendo discriminación hacia quienes salen de la cárcel. ¿Cómo hacer que haya más oportunidades para la resocialización ?

“Como la justicia es tan punitiva, el empresario no acepta a un expresidiario, porque este no sale preparado mentalmente, con trabajo emocional. Sale con rencor.

Lo que buscamos es una transformación del preso, ese es el primer paso. Entiendo por lo que pasan y quiero decirles que en toda circunstancia su destino está determinado por cómo afronten el futuro. Esta es la puerta de la libertad. Pueden quedarse con la mentalidad de víctimas, pero de qué les va a servir”.

Mucha gente en Colombia ve las prisiones de máxima seguridad norteamericanas como el modelo a seguir... ¿Qué piensa?

“Estuvimos en la Picota (Bogotá), en Manizales, en Envigado. En Estados Unidos son más modernas, pero el ambiente es más frío, duro, con mucha separación entre prisioneros y guardias, se odian.

Acá, en Colombia, el ambiente es más humano. Guardias y prisioneros están más cercanos, hasta el director. Habrá algún conato de problema, pero no es lo frecuente.

No me gusta la idea de prisiones. Estos lugares debemos reservarlos para los violentos crónicos. Los demás deben estar en programas de resocialización en la comunidad, viendo a sus hijos, pagando impuestos, sirviendo a la comunidad, bajo supervisión”.

¿No cree que en Colombia se necesitan prisiones, dada la alta criminalidad y el hacinamiento?

“Busquemos otras alternativas a las cárceles. Lo que sucede con las prisiones es que hacen parte de una economía de casi 20 millones de dólares. Se volvió una industria. Construye, vende y como cualquier industria quiere crecer. Esa es gente a la que le interesa que siga habiendo más presos.

En EE. UU. tenemos 2 millones y medio de personas en prisiones estatales. Con los que están en supervisión y estaciones son 7 millones y medio. Es más alto que cualquier país, que la China, incluso.

Ya los Estados no tienen dinero para sostener esos lugares. No invierten en educación por mantener las cárceles”.

¿Qué hacer, entonces, con los tantos secuestradores, asesinos, violadores que son capturados?

“No se puede ignorar a estas personas y la magnitud de los delitos que cometen, pero nos tenemos que enfocar en el largo plazo y las raíces de esos males. El sistema de justicia de castigo no es el ideal. Hay otros como la justicia restaurativa y la transformativa, que es la más profundo. Esta concibe al criminal dentro de un tejido que necesita sanarse apoyando a las víctimas para que se curen y también a los victimarios.

En vez de pensar en castigo, se debe pensar en cómo sanar a la comunidad. Esto es mejor y no quiere decir que propendamos la impunidad. La justicia transformativa va en apoyo a víctimas, a victimarios, si queremos prevenir el crimen, debemos interesarnos en las raíces.

Son personas (los criminales) que han sido víctimas de traumas en la juventud. No se llega a ser criminal por mala suerte. Es producido por el ambiente y el sufrimiento con que se han criado.

El modelo tradicional es: queremos que cambie su actitud, pero no nos interesan sus problemas, entonces cómo va a cambiar. No hay empatía por esas personas y hay abusos emocionales, sexuales.

También debemos preocuparnos por las condiciones sociales que hacen que estas personas tengan determinados comportamientos. Si no trabajamos en esto no podemos esperar que haya menos crimen. Si no combatimos la pobreza, el racismo, la injusticia, si no invertimos más en educación, cómo va a cambiar”.

Bellavista con más del doble de presos. Prisiones de paso, colapsadas. Hay epidemias. ¿No cree urgente que el Gobierno invierta en más cárceles?

“En EE. UU. cuesta más mandar una persona a prisión que llevar un joven a Harvard. Mantener cárceles cuesta mucho dinero y no sirve, porque no les ofrecen educación, resocialización, salen peor. Son prisiones con hacinamientos, la gente como sardinas. Adquieren rencor.

La población carcelaria le cuesta a los gobiernos mucho dinero. Debemos cerrar la mayoría de cárceles y que solo queden los violentos en las pocas que sigan existiendo. Esos recursos que se utilizaban en sostener las prisiones se podrán invertir en programas sociales. Si a la gente se le da amor en vez de castigo, se podrá lograr un cambio.

Modelos de prisiones hay, por ejemplo, en Noruega y Finlandia. Sitios cómodos con tratos humanos. En esos países los indices de criminalidad son bajos.

Pero, en general los políticos creen que con castigo y vergüenza se logra el cambio. O que si no hay amenaza no nos portamos bien. Creo que todos tenemos pureza adentro, pero por las circunstancias nos portamos mal. El castigo no sirve. Nos hace peores”

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