“Mandan a todo el mundo para las casas pero las facturas y el mercado no se van a pagar solos”. La réplica la hizo una ventera desde su atril, repleto de artículos religiosos, a la salida de la iglesia San José, entre Ayacucho y la Oriental. Pese a los pedidos de las autoridades de aislarse en las casas para evitar la propagación del coronavirus covid-19, el epicentro regional, el Centro de Medellín, se resiste a frenar su dinámica vital que igual se evapora de a poco.
Es que en los 17 barrios del corazón metropolitano trabajan 300.000 personas, operan 14 centros de educación superior, estudian 14.563 alumnos, 22.500 negocios ofrecen productos y hay oferta de 16 grupos teatrales. Pero el estado de hibernación en el que empieza a entrar el resto de la ciudad parece ser más lento en el Centro. Ayer el alcalde Daniel Quintero dijo que la disminución de tráfico peatonal llegó al 60 % (cada día visitan el Centro 1,3 millones de personas) y la de ventas en un 40 %, con relación a un día habitual de semana.
Aunque después de escuchar el reproche de la ventera caminamos por la avenida Oriental hasta el cruce con La Playa. Aunque las aceras tienen más espacio disponible, los puestos de ventas callejeras permanecen invariables en el paisaje. “Lleve el tapabocas, en promoción el antibacterial, compre alcohol en espray”. La oferta de utensilios crece al bajar por La Playa.
Libros, correas, películas, comida, memorias con música, avena a mil pesos, caballito de pilas que caminan en círculos, “échele 15 mandarinas en dos mil, vení probalas que son de las dulces”. En fin. Tomamos luego Junín hasta el parque Bolívar y el panorama no cambia. Algunos van con tapabocas ante la oferta de lotería, vidrios para el celular y tinto. Hasta una familia de indígenas emberá baila con la música de un bafle a todo timbal a cambio de unas cuantas monedas.
Regresamos al Coltejer y bajamos a buscar el parque de Berrío y la plazoleta Botero. Mientras suena de fondo “Enséñame, señor Jesús” -con énfasis en la última letra de cada palabra-, los abuelos conversan de pie, en círculos; los venteros ofrecen frutas, “agua a mil”, bolis y bluyines; los policías hacen ronda y una señora oferta minutos a 100 pesos a todos los operadores, debajo de una foto enorme de un indígena jaidukama.