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Dos décadas tras las rejas es la condena que la justicia de Estados Unidos impuso a Maximiliano Bonilla Orozco, alias “Valenciano”, uno de los máximos cabecillas de la organización criminal “la Oficina”.
La decisión, tomada ayer por la Corte del Distrito Sur de Nueva York, castiga al capo por sus acciones de narcotráfico, pero también por haber traicionado a ese sistema judicial.
En 2008, según el expediente, “Valenciano” ya era uno de los principales exportadores de cocaína del mundo, usando de plataforma a la Costa Atlántica colombiana y asociado con carteles centroamericanos, venezolanos y mexicanos.
La fiscal federal Bonnie Klapper, reconocida por liderar varios procesos contra el cartel del Norte del Valle, formuló una acusación para extraditar al delincuente, por lo que los agentes de la DEA lo contactaron ese año.
“Cuando él llegó con su abogado, nos ofreció a toda la organización de ‘los Zetas’ de México. Con esa información, decidimos que valía la pena dejarlo salir, pues podía entregarnos a los jefes de ese cartel”, contó Klapper en una reciente entrevista televisada.
“Valenciano” firmó un preacuerdo con la Fiscalía estadounidense, en el que se comprometía a someterse a la ley y aceptar un cargo, a cambio de beneficios penales.
Sin embargo, regresó a Colombia con otros propósitos. El 13 de mayo de 2008, su mentor en el bajo mundo, Diego Murillo Bejarano (“don Berna”), fue extraditado. “La Oficina”, la principal mafia de crimen organizado del Valle de Aburrá, se quedó sin líder y Bonilla reclamó el trono ante los demás cabecillas.
Otros candidatos se opusieron, liderados por Ericson Vargas Cardona (“Sebastián”) y Félix Isaza Sánchez (“Beto”). En consecuencia, la estructura se dividió en dos, 350 combos bajo su control escogieron un bando y el área metropolitana se convirtió en el escenario de una sangrienta guerra entre mercenarios.
De 2008 a 2011, tan solo en Medellín se registraron 6.962 asesinatos, de los cuales el 80% fueron atribuidos por la Policía a las pugnas entre las facciones de “Valenciano” y “Sebastián”.
Bonilla no volvió a responderles a los agentes de la DEA y fortaleció sus redes de narcotráfico, aliándose con otros grupos como “los Urabeños”, “los Paisas” y la guerrilla del Eln, que le permitieron liderar el reino del hampa desde Antioquia hasta La Guajira.
En mayo de 2010, el Departamento de Estado de EE.UU. ofreció una recompensa de 5 millones de dólares por el traficante, acusándolo de orquestar la importación de más de 25 millones de dólares en cocaína a suelo norteamericano.
La cacería internacional generó que “Valenciano” se escondiera en el exterior. Los combos que lo seguían dejaron de recibir el patrocinio financiero y poco a poco fueron perdiendo la guerra en las comunas de Medellín, Bello, Caldas e Itagüí. A finales de 2011, las huestes de “Sebastián” le habían ganado el pulso y “los Urabeños”, sus antiguos aliados, terminaron usurpando las rutas que tenía en la Costa Atlántica y el Caribe.
La caída definitiva se dio el 27 de noviembre de 2011, en un apartamento de la ciudad de Maracay, en Venezuela. Allí, en compañía de su mujer, lo sorprendieron agentes venezolanos, con apoyo de la Inteligencia colombiana.
“Es una noticia muy positiva para la seguridad de Medellín”, expresó el alcalde de entonces, Alonso Salazar.
Al mes siguiente fue deportado a EE.UU. y recluido en la cárcel de Manhattan, en Nueva York.
La condena de Bonilla en el extranjero revive la polémica por la primacía de la justicia estadounidense sobre la colombiana. En nuestra nación solo tiene un proceso pendiente por concierto para delinquir. Todos las muertes que cometió y ordenó, según las autoridades, están impunes.
Egresado de la U.P.B. Periodista del Área de Investigaciones, especializado en temas de seguridad, crimen organizado y delincuencia local y transnacional.