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Ellas combaten el hambre y el machismo en el campo

  • La asociación de Nuevo Amanecer está compuesta por 15 mujeres y un hombre. El promedio de “Siembra” es de 12 mujeres por cada una de las 51 granjas. FOTO edwin bustamante
    La asociación de Nuevo Amanecer está compuesta por 15 mujeres y un hombre. El promedio de “Siembra” es de 12 mujeres por cada una de las 51 granjas. FOTO edwin bustamante
  • Nuevo Amanecer es una de las 51 granjas de “Siembra”, un proyecto productivo liderado por mujeres en Campamento, que busca su seguridad alimentaria y económica. FOTO edwin bustamante
    Nuevo Amanecer es una de las 51 granjas de “Siembra”, un proyecto productivo liderado por mujeres en Campamento, que busca su seguridad alimentaria y económica. FOTO edwin bustamante
  • Ellas combaten el hambre y el machismo en el campo
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21 de septiembre de 2020
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Doralba Arboleda mira a su alrededor. Sonríe con sus ojos, prófugos al tapabocas. La rodean tres hectáreas de tierra que bullen de sonidos. Cacarean las gallinas, gruñen los cerdos, ladran los perros. Sopla el viento sobre los palos de café, las siembras de frijol, plátano y cilantro.

Pronuncia las palabras con lentitud, pisando con aplomo cada sílaba. Machismo. Equidad de género. Mueve las manos, intentando dibujar los conceptos en el aire. Se sorprende ella misma, soltando un largo suspiro, al reconocer que los escuchó y aprendió a sus 45 años. Se repone, elevando su voz: “A mí me daba pena ponerme unas botas, agarrar un azadón. Pensaba en la reacción de mi esposo, imaginaba que se reía de mí. Ya no”.

Retumba su voz y la de otras 14 mujeres. Están en Nuevo Amanecer, la granja que hace cuatro años cultivan.

Allí llegaron en 2016. No había cerdos, ni gallinas, ni perros. No eran 15 sino 22 mujeres. La granja en la que hoy se mueven, entre tanques de peces y cultivos de yuca, era solo la perspectiva difícil de hacer crecer algo en la fría tierra de Campamento. Todas ellas, conocidas de algún viejo pasillo de escuela, se encontraron alrededor de una mano alzada. La de Yaneth Giraldo.

“Ellos vinieron a proponernos esta granja. Nadie quería tomarla y entonces yo levanté la mano”, recuerda, mirando de reojo el celular que no deja de timbrar. “Unas compañeras están vendiendo unas canastas de huevo en el pueblo”, parece excusarse, antes de retomar el hilo. “Ellos” llegaron de Medellín con chalecos de la Gobernación de Antioquia y una idea que le puso a volar la imaginación.

Nuevo Amanecer es una de las 51 granjas de “Siembra”, un proyecto productivo liderado por mujeres en Campamento, que busca su seguridad alimentaria y económica. <b><span style=text-transform:uppercase> </span></b>FOTO<b><span style=text-transform:uppercase> edwin bustamante</span></b>
Nuevo Amanecer es una de las 51 granjas de “Siembra”, un proyecto productivo liderado por mujeres en Campamento, que busca su seguridad alimentaria y económica. FOTO edwin bustamante

Describieron un futuro asentado en la certeza de tener tres comidas al día. A través de la asociación con otras mujeres podrían tener a cargo un terreno para la siembra de alimentos que podrían consumir. Dijeron que el proyecto se llamaba “Siembra” y al propósito y sueño de derrotar al hambre lo nombraron “seguridad alimentaria”.

“El programa nace mucho antes, en 2004”, recuerda Paula Andrea Giraldo, coordinadora de “Siembra”. La oficina de la primera gestora de la Gobernación de Antioquia (2004 -2007), Claudia Patricia Márquez, lo formuló para atender las necesidades de alimento de las mujeres del campo.

En asocio con los municipios, se entregaría a organizaciones de mujeres constituidas o representadas por la junta de acción comunal, terrenos en comodato de 3 hectáreas en promedio para su trabajo. Allí podrían cultivar alimentos para sus familias.

No fue difícil encontrar el hambre. Siete de cada 10 hogares en Antioquia la sufren, según el Perfil Alimentario y Nutricional (2019), realizado por la Universidad de Antioquia. Lorena Mancilla López, coordinadora de ese estudio, define la inseguridad alimentaria como “la incertidumbre de no tener acceso físico y/o económico a la cantidad necesaria de alimentos y a su respectiva calidad nutricional”.

Puede ver: Este es el perfil alimentario de los antioqueños

Ellas cultivan más que alimentos en las granjas

Aunque el hambre no discrimina entre hombres y mujeres, sí lo hace la tenencia de tierra y el acceso al empleo. “Las mujeres no son valoradas porque se cree que el trabajo del campo es demasiado fuerte para ellas. No son generalmente propietarias de tierra y no les dan trabajo”, explica Giraldo. Esa realidad se corrobora en el estudio de la U. de A.

Allí se señala que si el 32,5% de los hogares con jefe hombre presentaron ingresos mensuales de entre 0,5 y un salario mínimo mensual legal vigente–SMMLV-; el 35,8% de los hogares con mujeres jefas de hogar reportaron ingresos inferiores a 0,5 SMMLV. Sin acceso físico a la tierra para sembrar sus alimentos y sin capacidad económica para comprarlos, el hambre se ensaña con ellas.

“Hay que estar sembrando para comer”, repite Yaneth. Trabajan día por medio, repartiendo labores de siembra, cuidado y, eventualmente, cosecha. Hay semanas más duras, como la última colecta de frijol, en la que Nuevo Amanecer necesitó de todas ellas en jornadas extensas de azadón y machete.

En esas ocasiones trabajan no solo al ritmo de sus propios sueños y pensamientos. La cadencia de la risa y balbuceos de los cerca de 20 niños que conforman sus familias llena a Nuevo Amanecer de un vigor infantil. “Los traemos y encargamos a una que los cuide, mientras las demás trabajamos”, explica Yaneth. Corren por las siembras, esquivando los huecos de la tierra y a algún perro que los persigue. Huyendo, tal vez sin saber, del hambre.

El 18,9 % de ellos, menores de cinco años, está en riesgo de desnutrición global, diagnóstica el Perfil Alimentario y Nutricional. En las regiones de Antioquia la anemia afectó al 25,1 % de esta población y los registros revelan un retraso en talla en un 10 %. Al final de la tarde de ese último domingo de cosecha, ya sin frijol que recoger, se reúnen con sus mamás alrededor de alguna olla hirviendo, en un ritual de compartir que se traslada del fruto extraído de la tierra a la cocina tradicional.

Ellas cultivan más que alimentos en las granjas

Los bultos se apilan en una esquina. “Nos repartimos la producción. Si tenemos 100 repollos, nos dividimos entre todas 50”, explican. Lo que pasa con los otros 50 es materia de esperanza. La granja de Yaneth, Doralba y sus compañeras superó el delicado punto de equilibrio en el que tantos proyectos resbalan, y adquirió el sello de la sostenibilidad. Los frutos ya no solo se comen, se venden.

“Fuimos conscientes de que el programa podía ofrecer más. Comenzamos a apuntar no solo a la seguridad alimentaria, también a una independencia económica. Que ellas puedan devengar un salario”, explica Natalia Velásquez Osorio, secretaria de las Mujeres de Antioquia. Para ello tuvieron que sortear los obstáculos históricos de un campo con malas vías de acceso y mercados reducidos.

Idearon una ruta comercial entre vecinos y tiendas del pueblo. Nuevo Amanecer, a apenas 30 minutos en carro de la cabecera urbana, “facilitó” el trabajo. Se turnan entre ellas para cargar en hombro la mercancía a su lugar de destino. Las compañeras que timbraban el celular de Yaneth, con el reporte de huevos vendidos en el pueblo, pudieron haber llamado también con las cifras de ventas de yuca, repollos o frijol.

“No es rentable tener bestias o carros. Nos toca a nosotras, y afortunadamente todo lo que producimos de más ya tiene claro unos clientes”, señala Yaneth, con el orgullo en la palabra, en el plural. Nosotras, repite incansablemente. Sin “nosotras” no hay Nuevo Amanecer, no hay comida ni asomo de futuro.

Ellas cultivan más que alimentos en las granjas

“La seguridad alimentaria sigue siendo el primer objetivo, pero cumplido, queremos que los productos que ellas no consumen se vendan”, señala Velásquez. En 2019 su dependencia destinó para “Siembra” $2.037 millones de pesos, recursos que sirvieron para el fortalecimiento de 34 granjas ya existentes y la creación de 17 más. Hoy el programa hace presencia en 34 municipios de todas las subregiones del departamento, apoyando el trabajo de 655 mujeres en 51 granjas.

“Como fortalecimiento quisimos que pudieran ofrecer productos con valor agregado”, desmenuza la funcionaria. Para ello convocaron a la academia. Las mujeres de “Siembra” asisten a una furgoneta en la que con cofia y delantal aprenden de profesores a machacar el aguacate, a mezclarlo y envasarlo en pintorescos recipientes que venden a $5.000 pesos cada uno.

Aprenden, también, que las coles se pueden usar más que para los frijoles. “La nutrición pasa también por rescatar los platos tradicionales de la región, el patrimonio culinario”, dice la profesora Leydi Milena Montoya, coordinadora de Ciencias Culinarias de la U.de.A. “Tienen berenjena y lechuga pero no saben qué hacer con ellas. Eso afecta el consumo. Como no saben cocinar los alimentos que producen, prefieren hacer los platos que son fáciles”.

Ellos son los arraigados en la cultura de Antioquia. La papa, el maíz, la yuca, alimentos con una carga de carbohidratos alta. “No quiere decir que no haya que consumirlos, lo que pasa es que si no se varía, puede haber dificultades”, explica la docente. Dificultades que ya se están presentando, según el perfil alimentario: el 17,4 % de los niños tienen riesgo de sobrepeso y más de la mitad de la población adulta del departamento, el 58,7 %, presentó exceso de peso.

“Parte del ejercicio de “Siembra” es capacitar a las mujeres para utilizar lo que cosechan de sus granjas. En el proceso descubrimos que ellas tienen recetas en la memoria que casi nunca hacen y que podemos volver a rescatar”, explica Montoya. De los maestros que no tienen desde primaria o bachillerato, el máximo nivel de educación que pocas de ellas alcanzaron, aprenden a compartir entre ellas y con otros el conocimiento. A salir a vender el frasco de guacamole y a pasar, de vecina en vecina, la receta de la abuela que ya no está.

“Soñamos con que esto se pueda volver una empresa. Que cada una de nosotras pueda llevar comida a su casa y, además, ganar plata”, aventura Yaneth. “A mí me hace falta venir aquí. Yo me mantenía en la cocina”, dice Doralba. “Aquí aprendimos a vivir lejos de los hijos y los esposos”.

En el eco de sus relatos se escucha de tanto en tanto el susurro de una violencia común a todas. Comparten el pasado de una guerra que asoló a Campamento en 2002, apenas a unos minutos de Nuevo Amanecer, cuando la madrugada del viernes 17 de mayo guerrilleros y paramilitares se enfrentaron dejando más de 100 muertos entre sus filas y decenas de familias desplazadas, entre ellas la de Yaneth. “Apenas hace unos años logré volver a mi tierra”, recuerda.

Víctimas en dos vías, soportaron la reacción violenta de sus esposos cuando decidieron salir de casa camino a la granja. Los golpes que la violencia machista les propinó despojó a muchas de sus amigas, de su granja y de la posibilidad de un futuro con certezas. “Antes yo no podía salir sin decirle a él para donde iba y pedirle permiso. Ahora él sabe que cuando estoy en la granja, no me puede llamar ni molestar. Estoy ocupada”, dice Doralba, ya sin pena de las botas, el azadón y el machete. “A mis nueve hijos les muestro mi vida como ejemplo”.

Por eso su presencia en Nuevo Amanecer también es una acción política. “Es el reconocimiento que hacen de ellas mismas como sujetos de derechos”, dice Velásquez. Es, gesticula Doralba, “decidir estar aquí sin miedo”.

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