Busetas a la venta y la necesidad de emprender otros negocios para paliar la crisis como las comidas rápidas o la distribución de huevos, frutas y verduras son apenas algunas de las alternativas que ha tenido que acoger el gremio de los transportes escolares para mitigar el impacto de la pandemia.
Harold Salazar, presidente de la Asociación de Servicios Especiales de Antioquia, detalla que son cerca de 4.500 las familias en el Valle de Aburrá que dependen de dicha actividad económica y cuenta que han sido uno de los sectores más afectados, porque las dos principales fuentes de ingresos llevan más de cinco meses congelados: las clases presenciales en los colegios y los viajes de turismo al aeropuerto o a pueblos cercanos.
“En muchos casos la afectación es triple porque los propietarios de los vehículos tienen un conductor y una persona que es la guía, que por normatividad debe acompañar todas las rutas escolares. Esas guías suelen ser madres cabeza de familia y su único sustento derivaba de ese empleo”, contó el líder gremial.
En su caso, cuenta Salazar, él trabajaba con su esposa en la buseta propiedad de la familia en rutas a colegios como el Liceo Antioqueño, I. E. Suárez la Presentación, I. E. Tomás Cadavid y el Sagrado Corazón.
Sus jornadas comenzaban antes de las 5:00 a.m. y por trabajar a doble jornada se extendían hasta pasadas las 7:30 p.m. La mayoría de padres de los 45 niños que transportaban dejaron de pagar la cuota de transporte desde marzo.
Por tal motivo tuvieron que recurrir a vender comidas preparadas y, salvo algún viaje esporádico que les ha salido con empresas, han tenido que hacer maromas para sobrevivir a la crisis. Algunos de sus colegas no resistieron y ya tuvieron que vender los carros porque estaban aguantando hambre.